Torres Quesada, escritor y aficionado ubicado en la bella ciudad
de Cádiz, es bien conocido entre los lectores especialmente por
sus novelas de literatura popular, especialmente las que escribió
con su seudónimo de A. Thorkent en «La
conquista del espacio»,
colección que editaba Bruguera hallá por los años setenta. Muchas
eran novelas de aventuras, con esquemas prefabricados y mundos
maniqueos, escrituras sencillas y fluidas, muy apoyadas en el
diálogo, que permitían a cualquiera disfrutarlas sin ninguna
dificultad. Ahora bien, ¿por qué aparece una de estas obras,
firmada por este autor, en la mítica revista Nueva
Dimensión? ¿Acaso se pretendió vender gato por liebre?
Se desvela de esta forma, desde luego, un curioso enigma digno de
atención.
Efectivamente, en los números 122 y 123, de abril y mayo de 1980,
aparece una extensa novela, dividida en dos partes, de la pluma
de Torres Quesada, con el título de Dios de Dhrule. Para
justificar la inclusión de esta obra entre las páginas de Nueva
Dimensión, se cedió la voz al propio autor en el editorial del
primero de ambos ejemplares. Precisamente la relevancia de este texto
reside en la explicación, mediante un caso concreto, de las
dificultades que los autores españoles de ciencia ficción de la
época tenían para ver publicados sus escritos, una dificultad que
se ha ido repitiendo en muchos momentos de la historia
fictocientífica española.
Torres Quesada arguye cómo su novela, desde que terminó la
redacción en 1976, fue siendo rechazada editorial tras editorial
hasta que Domingo Santos, ya por entonces director de Nueva
Dimensión, decidió incluirla en la revista. Como escritor de
novelas populares, especialmente para Bruguera, primeramente probó
suerte con esta editorial, y le respondieron que estaba bien, pero no
llegaba a la altura de Asimov o Clarke de la selección de «Libro
Amigo», mientras que sí
tenía un nivel superior a «La
conquista del espacio».
Entonces surgen los inconvenientes, Dios de Dhrule quedaba en
un tierra de nadie que la hizo pulular de mesa en mesa de editores
hasta la aceptación de Santos, cuatro años más tarde de haber sido
terminada, y sin recibir su autor ninguna compensación económica
por su labor.
Aún así, Torres Quesada aprovecha la palestra para quejarse de que
Nueva Dimensión no le hubiera pagado nada por su obra. Es
fácil entender sus quejas por el hecho de que una revista
profesional no le remunerara su trabajo, mientras que por
novelas de menor calidad que habían sido publicadas en colecciones
populares sí había obtenido ganancias económicas. Por su parte,
Nueva Dimensión se defiende al advertir que, dado su mengüe
presupuesto, no le suele ser posible pagar a los colaboradores, pero
que, de la misma forma, también nada es lo que tuvo que pagar Ángel
Torres Quesada para ver su novela publicada en un revista
profesional, de difusión nacional y algo internacional, que podía
llevar al autor a una fama más merecida. Ese argumento sirve para
entender qué política editorial tenían los responsables de la
mítica revista de ciencia ficción española.
Como se ha comentado, los problemas que tuvo el autor para ver
publicada su novela se debían a que la misma quedaba en tierra
de nadie. Dios de Dhrule es una obra algo más cuidada que las
novelas de bolsillo que su autor tanto practicaba, como da muestra la
serie de “Orden Estelar” que apareció en la citada colección
«La
conquista del espacio».
Por contra, no alcanza la seriedad, la profundidad y la reflexión de
los autores de la Edad Dorada -y menos la calidad literarias de los
escritores anglosajones de los años sesenta- que ocupaban las
colecciones principales de ciencia ficción del momento en España,
pues en realidad la novela de Torres Quesada no abandona muchos de
los tópicos de los llamados bolsilibros.
Bien hay que reconocer que Dios de Dhrule empieza con fuerza.
Una extraña entidad situada en un lugar indeterminado del cosmos
despierta y reacciona ante la llegada de un objeto de metal, que
resulta ser una nave cuya tripulación ha perecido, excepto un
miembro que se encuentra en estado de éxtasis, aunque la cámara que
lo contiene se deteriora. La entidad lo salva y recrea para él el
hábitat que necesita. El hombre, Darío Siles, al despertar, explica
a la entidad, a quien otorga el nombre de Eva, que formaba parte de
una expedición que exploraba el universo, y ella señala cómo lo
encontró y le salvó. Toda la primera parte del relato consiste en
la relación entre el humano y la entidad electrónica que satisface
todas las necesidades del hombre. Aún así, dicha posibilidad, que
incurriría en la reacción del ser humano ante lo incognoscible e
inaprehensible que sería una entidad con tintes divinos como es Eva,
no aparece prácticamente reflejada en la novela. Más bien esa
relación mueve la obra hacia su verdadera intención: la
aventura.
Eva, intuyendo las necesidades de Darío, le trae una mujer de un
planeta cercano habitado por humanos. Dar se enfada y rechaza a la
mujer, pues no quiere conseguir el amor de esa forma, y solicita
a la máquina que les lleve al planeta. Con esta larga excusa, la
historia deriva a la inclusión de aventuras al modo de Flash Gordon,
con la llegada de Darío al misterioso planeta, que recibe el nombre
de Dhrule. Se desarrolla en dicho espacio ficcional un tópico
universo maniqueo donde un tirano, antítesis del héroe, llamado
Logaroh, apoyado en una religión que él mismo ha creado, controla
a la mayoría de la población por medio de la fe y de drogas de
sumisión.
Sus opositores son un grupúsculo de resistentes que reciben el
calificativo de “infieles”, a los cuales de por sí pertenecía
la mujer, llamada Yaita-La. Incluso hay una explicación que
justifique el papel activo que tiene la mujer en esta historia,
basado en un modelo de heroína actual, participativa,
dominante, de personalidad definida, aunque, es obvio, se deja
seducir por el héroe. Progresivamente la historia va siendo más
arquetípica y los personajes se encasillan en los modelos típicos
de la literatura popular, siempre tras la aventura. Hacia el final,
con Darío al frente de los infieles, trazan un plan para
terminar con Logaroh y devolver el orden que reinaba previamente a la
aparición del opresor. Por último, en el epílogo se da a entender
que la labor de Logaroh -y del compañero con el que llegó al
planeta Dhrule- era hacer evolucionar a las criaturas nativas del
planeta, y, por ende, lo único que queda en suspenso es la
extrapolación de que otra esfera, como Eva, con otros tripulantes,
están en la Tierra haciendo una labor similar. Esta cuestión será
la que deje la puerta abierta a una posible continuación.
En este esquema resulta interesante el estudio de las similitudes y
diferencias entre el protagonista y su malvado alter ego.
Ambos poseen la misma cualidad que los diferencia del resto de
personajes, el poder de la resurrección, propiciado en cada
caso por el Módulo que les ayuda, la entidad Eva para Darío y otra
idéntica para Logaroh. La diferencia reside en que el héroe, como
representante del bien y de los valores establecidos, decide
involucrarse en los acontecimientos de Dhrule de manera
desinteresada, porque considera injusta la sociedad de ese planeta y
siente que debe imponer sus principios e ideología, que son los
del lector, para restaurar el orden en ese mundo. Por contra, Logaroh
recibe constantemente atributos negativos, bien referentes a su mente
enferma, estado de perturbación mental que le impide razonar
juiciosamente, bien referentes a su asexualidad, que contrasta
con la virilidad y masculinidad del héroe.
En cuestiones estilísticas, Torres Quesada incurre en los preceptos
propios de novela popular. Se trata de un modelo discursivo
tradicional, con el clásico narrador omnisciente. El orden de la
narración es cronológico, coincidiendo los acontecimientos en su
disposición en el discurso y en la fábula. Se observa una
preponderancia por el diálogo para alargar la trama y una tendencia
hacia la acción. Además, el autor peca de una falta de pulido en su
redacción, que presenta algunas construcciones forzosas, o usos
dialectales que rechinan con el resto de la redacción.
La diferencia que presenta respecto a las novelas populares aparece
en la escritura, más fluida, dada la larga experiencia de Torres
Quesada, y en la inclusión de una idea un poco más original y
trabajada: el intento de verosimilitud de la resurrección y la larga
justificación en la trama para presentar el planeta habitado por
humanos, que propicia el extrañamiento espacial hacia un ámbito
exótico y desconocido donde situar la aventura. También debe
elogiarse la cualidad del autor para cerrar todos los entresijos de
la trama, sin dejar cabos sueltos, con progresivas explicaciones de
la voz narradora, aunque de dicha forma no se de espacio al lector
para la interpretación, porque todo queda perfectamente aclarado en
la historia.
El otro elemento que diferencia Dios de Dhrule respecto a
otras novelas populares está en la presentación al lector de la
información. Cuando Darío llega al planeta, la voz narradora se
focaliza sobre el protagonista, y el conocimiento que el lector tiene
sobre Dhrule viene determinada por la ignorancia de Darío. Según el
protagonista vaya conociendo el mundo a través de lo que le cuentan
otros personajes, como el joven Juess o el anciano Orlut, el lector
también irá entendiendo cómo funciona el mundo ficcional de la
novela. Una vez Darío se haya unido a los infieles y se trace el
plan para terminar con Logaroh, la voz narradora también tendrá una
focalización externa, es decir, sabe menos que los personajes. De
esta forma no se relata el plan para acabar con el enemigo, y así el
lector puede verse sorprendido y debe seguir leyendo para averiguar
la treta que han planeado.
En general, observando las cartas de los lectores que se publicaron
en los siguientes números de Nueva Dimensión en la sección
de correspondencia, que se llamaba «Se
Escribe», la acogida de la novela fue muy positiva, como se percibe
en las epístolas de Carmelo Recalde Díez (ND 126: 180-181), de
Buenaventura Ráez Esteban (ND 126: 184-185), y más concretamente la
firmada conjuntamente por Peio Ejarela, Joxe Morate Ejaztañaga y
Joseba Zizarralde (ND 135: 188). Ya en el momento se percibió su
parentesco con las novelas populares, incluso algún aficionado
señaló que su lectura le trajo recuerdos de «Luchadores del
espacio», la emblemática colección que publicaba Valenciana en los
años cincuenta. Eso sí, lo que se percibió en general es que el
final de dios de Dhrule daba pié a una continuación. Gracias a este
apoyo, Torres Quesada se lanzó a la escritura de una continuación a
la que Santos dio luz verde un año después, también dividida en
dos partes, Dios de
Kerlhe, en los números
133 y 134.
[Fotos tomadas de: http://ahi-va.blogspot.com.es/2007_01_01_archive.html y