sábado, 30 de junio de 2012

Cuando otros géneros se aproximan a la ciencia ficción


Recientemente he leído la obra En las montañas de la locura (1936), del considerado el padre del terror moderno, Howard Phillips Lovecraf. Si bien la trama de esta novela conlleva un acercamiento al género de terror, con la presencia de monstruos que amenazan la existencia de la humanidad, también posee una base científica o seudocientífica como justificación que ha llevado a muchos a incluirlo dentro del género de la ciencia ficción. Dicha justificación pretende hacer pasar por extraterrestres a las pesadillas que pueblan los relatos de Lovecraft. De esta forma, el género de lo fantástico -donde se inserta la obra de Lovecraft-, el género en el que algún elemento sobrenatural se inserta en un mundo que reconocemos similar al nuestro, se acerca por un momento a la ciencia ficción. Es verdad que los géneros no siempre se dan puros, y que podríamos estar ante un caso de hibridismo de géneros. Esa es la cuestión sobre la que quisiera reflexionar en este artículo.


El acercamiento a la ciencia ficción aparece en la pretensión de verosimilitud que se da a esa otra hiperrealidad de los primigenios, como entidades muy poderosas de origen cósmico que desarrollaron su civilización en las primeras era de la humanidad. También por explicaciones como la naturaleza de los shoggoth, quienes físicamente tienen la apariencia de una masa de protoplasma, similar a una ameba, con ojos y burbujas creándose y desapareciendo en su superficie, criaturas que se reproducen por fisión binaria, y se alimentan fagocitando otros seres. Concepción que aproxima a estos seres a los clásicos BEM que poblaron las revistas pulp americanas. Bien es verdad que esta justificación de civilizaciones alienígenas desarrolladas en la Tierra en la Antigüedad es muy común en varias obras de ciencia ficción, pero en En las montañas de la locura, la finalidad pretendida por Lovecraft sigue siendo la de mostrar lo endeble que es nuestra percepción de la realidad, cómo los protagonistas se adentran en un misterio que rompe los límites de la realidad y permite que penetren en el horror cósmico que les lleva casi hasta la locura, de la cual se salvan para poder relatar la historia. De esta forma, este tipo de explicaciones de índole racionalista se puede entender como parte del aspecto cognitivo que caracteriza a la ciencia ficción.


Otro detalle que promueve dicho acercamiento entre ambos géneros viene dado por el hecho de que En la montañas de la locura se considere la continuación de la obra de Edgard Allan Poe La narración de Arthur Gordon Pym (1838), una novela de aventuras de tipo fantástico que también ha sido considerada como uno de los antecedentes de la ciencia ficción. Por otra parte, el hecho de que, aunque escrita en 1931, apareciese por primera vez en 1936 en tres números de Astounding Stories también ayuda a su confusión con la ciencia ficción. No obstante, la clave de En las montañas de la locura será la de desvelar gran parte de la historia de la civilización que desarrollan esos primigenios al llegar a la Tierra en unas edades geológicas donde no se había desarrollado la vida. En ese aspecto, se cierran aquí -y se abren, por otro lado, otras- muchas incógnitas que podían suscitar anteriores narraciones de este autor. A parte de este detalle, también hay que tener en cuenta las múltiples menciones a la propia mitología lovecraftiana, y que une esta novela con la obra anterior del autor, creando un universo ficcional único, el de los mitos de Cthulhu, y toda la larga bibliografía sobre la que se apoyan, como el famoso Necronomicon, del árabe loco Abdul Alhazred.


Aún así, por más que aparezcan explicaciones que busquen la verosimilitud del ejercicio fantástico que pretende la obra y que se asemejan a las ofrecidas por los autores de ciencia ficción, la verdadera pretensión de Lovecraft en este relato es la de causar terror con las herramientas propias del género fantástico. Así, los personajes de la novela se van introduciendo en un mundo misterioso, incógnito, que aparece de repente en medio de su realidad, en este caso, en un paraje desconocido del continente ártico. Todo ese misterio se va acrecentando por momentos, y va mostrando cómo los presupuestos de la realidad que tienen los personajes se desmoronan, cómo su lógica científica no concuerda con los objetos que descubren. Lo sobrenatural se abre paso en su realidad, en una realidad que el lector percibe como la suya propia, y que son derribadas ante lo que hallan los personajes según avanzan en la exploración de la misteriosa ciudad del ártico y traducen las escrituras de los frisos que aparecen en las paredes.


Además, cuanto más se insertan en el misterio, por más veces el narrador señala su incapacidad para explicar lo que allí encuentran: una imposibilidad lingüística que se acerca a la idea de lo inefable. Este concepto de la imposibilidad de describir y nombrar es propio de lo fantástico a la hora de enfrentarse a lo sobrenatural. Lo sobrenatural, imposible en la realidad empírica tal y como la percibimos y entendemos, no tiene posibilidad de ser encerrada en el lenguaje, de por sí herramienta limitada y pobre. Este aspecto de lo inenarrable llega a su culmen final con la visión del estudiante Danforth, compañero de expedición, visión que no comparte, pero de la cual nos llega su agónico grito de terror, y las consecuencias: las crisis nerviosas que sufre.


En conclusión, desde mi punto de vista, a pesar de las explicaciones que pretenden otorgar un halo de verosimilitud al nivel sobrenatural de los mitos de Cthulhu presentes en la obra de Lovecraft, este simple detalle no permite incluir la obra como parte de la ciencia ficción, pues no es más que una pequeña ambientación de la trama, la cual, de por sí, sí cumple todos los requisitos de lo fantástico. Por otro lado, en esta obra no hay especulación de ningún tipo, un aspecto que, aunque difusamente presente en muchas obras de ciencia ficción, sí es una de sus característica principales. Desde luego, con este razonamiento pretendo indicar que la confusión existe y que, gracias a ella, cada lector podrá obtener sus conclusiones sobre la consideración genérica de esta obra: el debate, queda, por tanto, abierto.