Recientemente
he leído la obra En las montañas de la locura (1936), del
considerado el padre del terror moderno, Howard Phillips Lovecraf.
Si bien la trama de esta novela conlleva un acercamiento al género
de terror, con la presencia de monstruos que amenazan la existencia
de la humanidad, también posee una base científica o
seudocientífica como justificación que ha llevado a muchos a
incluirlo dentro del género de la ciencia ficción. Dicha
justificación pretende hacer pasar por extraterrestres a las
pesadillas que pueblan los relatos de Lovecraft. De esta forma, el
género de lo fantástico -donde se inserta la obra de Lovecraft-, el
género en el que algún elemento sobrenatural se inserta en un mundo
que reconocemos similar al nuestro, se acerca por un momento a la
ciencia ficción. Es verdad que los géneros no siempre se dan puros,
y que podríamos estar ante un caso de hibridismo de géneros. Esa es
la cuestión sobre la que quisiera reflexionar en este artículo.
El acercamiento a la ciencia ficción aparece en la pretensión de
verosimilitud que se da a esa otra hiperrealidad de los primigenios,
como entidades muy poderosas de origen cósmico que desarrollaron su
civilización en las primeras era de la humanidad. También por
explicaciones como la naturaleza de los shoggoth, quienes físicamente
tienen la apariencia de una masa de protoplasma, similar a una ameba,
con ojos y burbujas creándose y desapareciendo en su superficie,
criaturas que se reproducen por fisión binaria, y se alimentan
fagocitando otros seres. Concepción que aproxima a estos seres a los
clásicos BEM que poblaron las revistas pulp americanas. Bien
es verdad que esta justificación de civilizaciones alienígenas
desarrolladas en la Tierra en la Antigüedad es muy común en varias
obras de ciencia ficción, pero en En las montañas de la locura,
la finalidad pretendida por Lovecraft sigue siendo la de mostrar lo
endeble que es nuestra percepción de la realidad, cómo los
protagonistas se adentran en un misterio que rompe los límites de la
realidad y permite que penetren en el horror cósmico que les lleva
casi hasta la locura, de la cual se salvan para poder relatar la
historia. De esta forma, este tipo de explicaciones de índole
racionalista se puede entender como parte del aspecto cognitivo que
caracteriza a la ciencia ficción.
Otro detalle que promueve dicho acercamiento entre ambos géneros
viene dado por el hecho de que En la montañas de la locura se
considere la continuación de la obra de Edgard Allan Poe La
narración de Arthur Gordon Pym (1838),
una novela de aventuras de tipo fantástico que también ha sido
considerada como uno de los antecedentes de la ciencia ficción. Por
otra parte, el
hecho de que, aunque escrita en 1931, apareciese por primera vez en
1936 en tres números de Astounding
Stories
también ayuda a su confusión con la ciencia ficción. No obstante,
la clave de En
las montañas de la locura
será la de desvelar gran parte de la historia de la civilización
que desarrollan esos primigenios al llegar a la Tierra en unas edades
geológicas donde no se había desarrollado la vida. En ese aspecto,
se cierran aquí -y se abren, por otro lado, otras- muchas incógnitas
que podían suscitar anteriores narraciones de este autor. A parte de
este detalle, también
hay que tener en cuenta las múltiples menciones a la propia
mitología lovecraftiana, y que une esta novela con la obra anterior
del autor, creando un universo ficcional único, el de los mitos de
Cthulhu, y toda la larga bibliografía sobre la que se apoyan, como
el famoso Necronomicon,
del árabe loco Abdul Alhazred.
Aún así, por más que aparezcan explicaciones que busquen la
verosimilitud del ejercicio fantástico que pretende la obra y que se
asemejan a las ofrecidas por los autores de ciencia ficción, la
verdadera pretensión de Lovecraft en este relato es la de causar
terror con las herramientas propias del género fantástico. Así,
los personajes de la novela se van introduciendo en un mundo
misterioso, incógnito, que aparece de repente en medio de su
realidad, en este caso, en un paraje desconocido del continente
ártico. Todo ese misterio se va acrecentando por momentos, y va
mostrando cómo los presupuestos de la realidad que tienen los
personajes se desmoronan, cómo su lógica científica no concuerda
con los objetos que descubren. Lo sobrenatural se abre paso en su
realidad, en una realidad que el lector percibe como la suya propia,
y que son derribadas ante lo que hallan los personajes según avanzan
en la exploración de la misteriosa ciudad del ártico y traducen las
escrituras de los frisos que aparecen en las paredes.
Además, cuanto más se insertan en el misterio, por más veces el
narrador señala su incapacidad para explicar lo que allí
encuentran: una imposibilidad lingüística que se acerca a la idea
de lo inefable. Este concepto de la imposibilidad de describir y
nombrar es propio de lo fantástico a la hora de enfrentarse a lo
sobrenatural. Lo sobrenatural, imposible en la realidad empírica tal
y como la percibimos y entendemos, no tiene posibilidad de ser
encerrada en el lenguaje, de por sí herramienta limitada y pobre.
Este aspecto de lo inenarrable llega a su culmen final con la visión
del estudiante Danforth, compañero de expedición, visión que no
comparte, pero de la cual nos llega su agónico grito de terror, y
las consecuencias: las crisis nerviosas que sufre.
En conclusión, desde mi punto de vista, a pesar de las
explicaciones que pretenden otorgar un halo de verosimilitud al nivel
sobrenatural de los mitos de Cthulhu presentes en la obra de
Lovecraft, este simple detalle no permite incluir la obra como parte
de la ciencia ficción, pues no es más que una pequeña ambientación
de la trama, la cual, de por sí, sí cumple todos los requisitos de
lo fantástico. Por otro lado, en esta obra no hay especulación de
ningún tipo, un aspecto que, aunque difusamente presente en muchas
obras de ciencia ficción, sí es una de sus característica
principales. Desde luego, con este razonamiento pretendo indicar que
la confusión existe y que, gracias a ella, cada lector podrá
obtener sus conclusiones sobre la consideración genérica de esta
obra: el debate, queda, por tanto, abierto.
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