VV. AA. (2001),
La rebelión de los
delfines: la novela del 2000.
Madrid: Espasa-Calpe.
En una ocasión me comentaba un profesor
universitario que ya no había tanta aversión a la ciencia ficción en España,
que esta ya no tenía que replegarse en un gueto puesto que era más común de lo
que se pensaba en el ámbito editorial encontrar novelas de este género. Como
ejemplo me cito la obra que aquí nos ocupa, La
rebelión de los delfines. Por curiosidad, me acerqué al libro, pero debo
decir que lo que sigue habiendo es, por desgracia, un gran desconocimiento de
lo que la ciencia ficción es realmente.
La rebelión de los delfines, subtitulada
La novela del 2000, según explica en
el prólogo Santos Sanz Villanueva, es un proyecto creativo que se lanzó desde
las páginas del periódico El mundo.
La obra se confirió como una opera aperta
que se construiría sobre la marcha, con la aportación de cada escritor. La
participación era abierta a todos los lectores y cada semana se publicaba un
capítulo nuevo. Simplemente los capítulos primero y los quíntuples estarían
firmados por escritores consagrados, pero el resto se trataría de aficionados
que quisieran participar en este proyecto editorial. Esos escritores más
reconocidos fueron, por orden de aparición, Francisco Umbral, Espido Freire,
Carmen Rigalt, José María Merino, Eduardo Mendicutti y, para cerrar la obra,
Javier Tomeo.
Este concepto
en la construcción de la novela buscaba desarrollar un proyecto editorial
propio de la era digital. Cada nuevo participante tenía acceso a los textos
anteriores y le daba una nueva dirección al relato. Sólo se conocía cómo empezaría
la obra, pero no se supo cómo terminaría hasta que los últimos participantes
fueron cerrando las diversas intrigas abiertas en la obra. Cada uno debía
aceptar las bases propuestas en el concurso, especialmente la extensión,
limitada a breves capítulos de entre 900 y 1.100 palabras. Aun así, sinceramente,
no me parece un proyecto muy innovador, ni siquiera para el primer año del
milenio actual. La presencia de Internet es innecesaria en este modelo
creativo, que bien podría haberse desarrollado de forma previa a la implantación
masiva de la red de redes. Las posibilidades creativas que oferta Internet bien
ha sido probadas y desarrolladas con posterioridad por otros escritores.
Pero vayamos
al punto que realmente me interesa destacar: si esta novela podría asociarse a
la ciencia ficción o no. Francisco Umbral abre La rebelión de los delfines con un disparatado capítulo construido
como una parodia generalizada sobre el pilar del absurdo, que deja numerosas
puertas abiertas (la narración es muy veloz y condensa enormes datos que aportan
inconmensurables sugerencias) y que ya sitúa la obra en una obvia vertiente
humorística. Entre esos elementos de parodia, la novela se mueve hacia la
ruptura mimética, es decir, hacia la inclusión de elementos que difieran con la
realidad que conocemos, con la realidad empírica: un delfín poeta acusado del
asesinato de una mujer que era su amante, ovejas clónicas que son arrojadas
desde el campanario de la iglesia de Manganeses de la Polvorosa (Zamora),
nombres absurdos (Walter, Leopardi -como el poeta italiano se llama el
cetáceo-, Afrodisio, Deborina) y la aún más incongruente presencia de Javier
Solana.
Ante esa base
disparatada, todos los demás participantes intentar arrojar luz racional a la
historia. El elemento del absurdo se va reduciendo gracias a explicaciones
fantasiosas que en ciertos momentos acercan la obra a la ciencia ficción: la
idea de una conspiración mundial causada por la clonación. También la vía
humorística va perdiendo cada vez más fuerza: los diversos participantes se
centran más en desarrollar la historia que en provocar situaciones cómicas o en
incluir el humor mediante el lenguaje. En ese sentido, se aprecia que en los
primeros capítulos alguno de los escritores aficionados desea mantener la
vertiente humorística a base de chascarrillos, pero eludiendo el poder inicial
del absurdo propuesto por Umbral. Respecto a la trama, la historia deriva más
hacia el molde de una novela de espías, aunque su construcción sin rumbo
definido hace que ninguno de los autores vaya cerrando de forma concreta esa
especie de paranoia conspiratoria.
Y así llegamos
al final: un giro metaficcional, donde los propios personajes participan de
la misma historia narrada hasta el momento, como los artífices creativos de esa
paranoia fantasiosa. La historia debía cerrarse y encuadrarse en los cánones
de la razón. Los desvaríos de la imaginación debían calmarse con una
explicación lógica y la salida que finalmente quedó patente (ya aludida por el
participante previo a Tomeo, responsable del anteúltimo capítulo). Todo es
fruto de la demencia, provocada por el proyecto editorial de un periódico que buscaba
escribir una novela sobre la marcha.
No niego que
el giro pueda ser ingenioso, ni que no se cierre adecuadamente la obra, sino
que de esta forma se evidencia mi planteamiento inicial. Los elementos de
ciencia ficción presentes en La rebelión
de los delfines son solo aparentes. No da la impresión de que realmente
ninguno de los participantes en este proyecto tenga conocimiento del género o
de sus posibilidades. Los elementos fictocientíficos son alusiones disparatadas
que parten del humor inicial de Umbral, o inciden hacia la estructura de novela
de espionaje. En ningún momento esos elementos central la trama del libro, ni
sirven para el cierre de la trama. No hay especulación, no hay reflexión sobre
el presente, no aparece ninguno de las características connaturales al género
fictocientífico.
Por esas
razones, considerar que hay ciencia ficción en La rebelión de los delfines supone una falacia. Ya lo he dicho y lo
repito: no hay especulación en la obra, ni pretensión paródica relativa al
género, sino racionalización de un absurdo inicial. No hay libertad de la
imaginación, sino una vena racional que la constriña. No se explotan las
posibilidades creativas de la fantasía, sino que se busca dirigir el relato
hacia lo comúnmente aceptable, hacia el pensamiento general: la necesidad de
realismo y de mímesis, de inclusión de lo disparatado en lo conocido.
[Imágenes tomadas de: http://ejoven.blogalia.com/historias/33296 y de http://www.brandemia.org/los-logotipos-de-los-principales-diarios-espanoles]
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