miércoles, 23 de enero de 2008

CORTÁZAR CULTIVA CIENCIA-FICCIÓN





Julio Cortázar (1914-1984), famoso escritor bonaerense, podría incluirse en la inmensa lista de famosas plumas que demostraron cierta inversión en este interesante género de la CF.

¡Qué sorpresa! Abrir una colección de cuentos de este gran novelista que engloba entre su producción joyas como la magna novela “Rayuela”, o relatos como “la noche boca arriba”, con su estilo cercano al surrealismo, repleto de imágenes sorprendentes y fabulosas, o de oraciones inquietantes tan bellamente concluidas, y en mitad de la colección de cuentos encontrarse uno muy breve que se puede englobar en el mundo de la CF.

No será recordado por la producción en este campo, desde luego, pero, como otros muchos escritores ilustres, ha sido una mano más que demuestra a los detractores de este querido ghetto lo que puede alcanzar la CF. El novelista, que recientemente escuchábamos en un anuncio (“No te regalan un reloj, tú eres el regalado”), regaló a la humanidad este cuento:



De la simetría interplanetaria


This is very disgusting
DONALD DUCK


Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956.
Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía.
Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía –pronunciándolos a través de un silbato de hueso que fabriqué diestramente-. Me explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. El problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas basculares (‘corazones’ no sería morfológicamente exacto) y que estaba en camino de conseguirlo.
Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecían a Illi. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa en Faros) comiendo y predicando. Lo escuchaban con atención, parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
Yo no conseguía entender sino pocas palabras. A través de ellas me formé una alta idea de Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. También el Rabbi Jesús hablaba, comía y hablaba, mientras los demás lo escuchaban con atención y parecían adorarlo.
Pensé: “¿Y si éste fuera también Jesús? No es verdad la hipótesis de que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiéndolos a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusividad a la Tierra? Ya no estamos en la era geocéntrica; concedámosle el derecho a cumplir su dura misión en todas partes”.
Illi seguía adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció que aquel farense podía ser Jesús. “Qué tremenda tarea”, pensé. “Y monótona además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igual en todos lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón…?”.
Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. El Calvario era un estigma coterráneo, pero también una definición. Probablemente habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante. ¡Clavar en un madero al hijo de Dios…!
Los farenses, para mi completa confusión, aumentaban las muestras de su cariño; prosternados (no intentaré describir el aspecto que tenían) adoraban al maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.

(‘Prolegómenos a la Astronomía’,1943)


Qué larga lista podríamos confeccionar con autores que en algún momento de su vida han cultivado CF: Jorge Luis Borges, Ramón Gómez de la Serna, Víctor Hugo, Italo Calvino, Miguel de Unamuno, y un largo etcétera. Constátese por tanto que el aquí presentado no es más que un ejemplo.

Visto lo visto: ¿Acaso no se merece un elogio la CF? ¿Acaso no resulta coherente defender su calidad literaria, sus influencias, sus posibilidades?