domingo, 29 de noviembre de 2009

CAN COSMONAUTA


A falta de tiempo, que no de temas sobre los que tratar en este blog, un servidor ha optado por divulgar un pequeño relato breve, medianamente relacionado con la ciencia ficción, o mejor dicho, con la exploración espacial. Quede aquí para deleite de quien decida leerlo. Como dijo Cervantes: Dios te guarde, querido lector, y a mi no olvide.

CAN COSMONAUTA

We did not learn enough from the mission to justify the death of the dog

Oleg Gazenko

El fragmento de comida flotaba en el aire, igual que los pájaros que tiempo atrás había intentado cazar en los parques. Pero nunca había visto, ni imaginado, que el alimento volase. Lo miraba con desconfianza. No se atrevía a comerlo. Estaba nerviosa. Todo era tan extraño en ese lugar… Y cada vez hacía más y más calor.

Desde que los amos la encerraran en aquel diminuto habitáculo de metal y la ataran con un arnés a una cesta mullida, todo había transcurrido de manera insólita. Estaba muy nerviosa. Notó al corazón palpitar con tanta fuerza que creyó que escapa­ría del pecho. No residía el problema en el pequeño espacio, dado que muchas veces los amos la habían encerrado durante días, a ella y a otros dos perros, en jaulas donde la movilidad resultaba escasa o nula. Por tanto, estaba acostumbrada a mantenerse quieta durante largos periodos de tiempo.

Otras veces los amos la habían introducido en una cápsula y una extraña fuerza la había golpeado hacia atrás, pero nada comparado a la enorme presión que le oprimió todo el cuerpo, durante largos y agónicos minutos, contra el acolchado de la cesta. Era como si cientos de agujas invisibles punzaran su cabeza. Creyó que iba a estallar. Su respiración aumentó enormemente. Ni siquiera consiguió aullar el dolor que la afligía. Pero ese calvario acabó, y su sustituto no fue más magnánimo: una sensación de ingravidez, como si pe­sase mucho menos, como si tuviera el cuerpo más ligero de lo habitual.

Intentó huir a sus recuerdos, a viejos tiempos en que correteaba por la calles de la gran ciudad, en libertad, mendigando comida con cara de pena a los transeúntes, o buscándo­la en vertederos y basureros; peleándose con otros perros que también querían comer; compartiendo, en época de celo, su intimidad con aquel macho que hubiera derrotado al resto de pretendientes. Aquellos fueron momentos felices, aunque pasase gran parte del tiempo sola. Pero jamás sufrió tanta soledad como ahora, atada a un arnés que sólo le permitía sentarse, ponerse de pie o acostarse, en la pequeña cesta, cohabitando con la ingravidez.

En el cubículo, fuera de su alcance, había numerosos cables y luces que parpa­deaban con diversos colores. Seguía los saltos de luz con la mirada, pero tantos estímulos la saturaban. En una esquina un cable suelto se balanceaba libremente hacia arriba. Ella lo contempló con curiosidad, sin entender que no le pesase la fuerza del suelo.

La tristeza le marchitó el rostro. No comprendía cómo ellos, dioses capaces de trans­formar objetos a su alrededor, la habían abandonado allí. Sentía devoción por sus bípe­dos amos, y ellos le pagaban su fidelidad con trato cruel, y a su pesar era incapaz de enfadarse con ellos. Recordó cómo, poco tiempo atrás –menos de lo que tarda el sol en salir y es­conderse-, la cogieron, la envolvieron en un extraño traje, le limpiaron el bello con un líquido que le dejó un tono blancuzco, y finalmente le aplicaron un ungüento en deter­minadas zonas de su cuerpo.

Después, atada con correa, la condujeron por las instalaciones, hacia el exterior. En esos momentos meneaba el rabo con frenesí, impulso inconsciente de felicidad, pensando que darían un paseo por el campo y que correría a sus anchas sobre la húmeda hierba o el áspero asfalto.

No fue así. La acercaban hacia una gran construcción. Tenía la forma de un palo derecho, alzado hacia el cielo, pero de colosal altura, como la medida de diecisiete amos juntos aproximadamente. Era demasiado grande. Se acobardó un instante, pero tiraron de la correa. No quería acercarse, pero el fervor que sentía por el amo le hizo caminar a su vera, con el rabo entre las piernas.

Probablemente fuese construcción de los amos. Ellos eran listos. Construían cosas con las manos, con esos dedos prensiles y ágiles. Ella no tenía dedos tan articulados, no po­día construir, pero podía correr. Correr… ¡Qué deseos de libertad, movimiento ágil que sesga el viento, sobre la hierba verde de un prado en primavera! Ahora, atada al arnés, casi no podía ni moverse. Estaba muy nerviosa y hacía cada vez más calor. Intentó concienciarse de que los amos la habrían encerrado allí por alguna razón.

Recordó que, una vez llegados a los pies de la gigantesca construcción, la guiaron hasta el habitáculo a través de una de esas cajas de metal que se elevaban del suelo. Ya lo había visto innu­merable cantidad de veces: se cerraban las puertas y al abrirse aparecía en otro sitio. Nunca pretendió comprender su mecanismo, simplemente desenvolverse en él. Esa caja metálica le llevó a una pasarela. Se podía ver a través de las rejillas la lejanía del suelo. Mirar hacia abajo le mareaba y levantó la vista al frente. Había una puertecita redonda, pequeña incluso para sus erguidos amos. Dentro se observaba el pequeño cubículo con la cesta acolchada.

Aquello no le olía bien. Agudizó los sentidos. Se le erizaron los pelos de la espalda. Alzo la cola en señal de peligro. Los amos tiraban de la correa, la acercaban hacia el agujero. Ella intentó resistirse, pero tanto se empeñaban los humanos y tanta era su confianza en ellos que finalmente se dejó arrastrar.

La introdujeron en la cápsula, la acomodaron en la cesta, le pusieron unos aparatos en la piel, allí donde antes le había aplicado un ungüento. La molestaban, pero no podía al­canzar a quitárselos con la boca. Le ataron el arnés y a partir de ahí todo fue a peor: la gran presión, el dolor, el corazón palpitando, el calor que no cesaba de aumentar, la extraña comida que olía a comida, pero no parecía comida, y que, además, volaba…

Alguno de los mecanismos allí reinantes se activó y depositó un cubo de gelatina a sus pies. Enseguida empezó a levitar por el plato. Más por hambre que por indecisión, se animó a morderlo. Estaba bueno y quedó satisfecha. Aún así, seguía nerviosa. Su cora­zón bombeaba sangre a gran velocidad. Su respiración permanecía acelerada. Todo re­sultaba excesivamente extraño. Nada que ver con la pequeñísima jaula donde muchas veces la habían dejado.

Quería volver; quería que los amos la sacaran de aque­lla cápsula. Allí hacía mucho, mucho calor. Su hocico estaba seco. Sacó la lengua, ja­deante, con esperanza de refrigerar su deshidratado cuerpo. Deseó corretear de nuevo, libremente, por el asfalto de la gran ciudad. Pero ya con gran dificultad podía levantar el hocico. Se le iba la cabeza. Hacía tanto, tantísimo calor…

[fin]


miércoles, 23 de septiembre de 2009

UN VISITANTE DESAGRADECIDO

He continuado con la lectura del maestro Clarke, de quien ya reseñé El fin de la infancia (Chilhood's end, 1954) en el presente blog. En esta ocasión opté por una novela posterior en el tiempo, Cita con Rama (Rendezvous with Rama, 1973), libro que, en opinión de los críticos Rabkin y Scholes[1], comparte algunas cualidades con La invencible, de Stanislaw Lem, de 1964. Además, es ganadora del premio Hugo y del premio Nébula.


El argumento se estructura en una intriga creciente que no termina de resolverse por completo. Clarke deja agujeros en la historia como muestra del los límites del conocimiento y la percepción humanos. Así, la novela narra la llegada al sistema solar de un meteorito de comportamiento inusual cuyo rumbo pretende utilizar la gravedad de nuestro sol como impulso hacia su destino, el cual se ignora.


La humanidad envía una nave, el Endeavour, para explorar al extraño visitante. El misterio crece cuando descubren en su interior un mundo, con lo cual se postura una de las dos hipótesis acerca de los viajes espaciales: el de la nave intergeneracional. La exploración se convierte en una carrera para desvelar la identidad de los constructores de tamaña obra antes de que éste alcance el perihelio del Sol que le propulsará hacia las estrellas. Cuanto más cerca del nuestro astro, más vida generará el mundo interior del meteorito y mayores serán las incógnitas que se plantea la tripulación del Endeavour.


Se me ocurre un símil para explicar la obra. Un anciano vive en un pueblo pequeño que tiene una gasolinera. Todos los días se sienta en un banco a la vera del expendedor de combustible. Un día viene un coche con varios ocupantes, recarga el depósito y se marcha. El anciano, pensativo, se pregunta: ¿Dónde irán? ¿De dónde venían? ¿Cuáles eran sus nombres? ¿Y el propósito de su viaje?... Por tanto, el ser humano aparece en esta novela limitado por su percepción de la realidad, incapaz de aprehender la totalidad de su entorno.


En Cita con Rama Clarke también nos presenta una visión futurista de la humanidad muy cercana. El hombre ha mejorado la exploración espacial y colonizado casi todos los planetas del sistema solar, detalle que aparece en numerosas obra de CF ambientadas en un futuro no excesivamente lejano como es el de los imperios galácticos (me viene a la mente ahora el relato de J. M. Aguilera El bosque de hielo). Clarke explica cómo la humanidad se rige por un consejo donde participa un miembro de cada planeta habitado y nuestra luna. Cada uno funciona como un país independiente.


Sorprende también encontrar en la tripulación de la nave tres chimpancés cuya inteligencia ha sido aumentada. Todos estos detalles fomentan que el futuro presentado por Clarke se vuelva cercano y verosímil, a pesar de las circunstancias actuales en las que está sumida la humanidad. Otros aspectos se esbozan en la obra, cuyo desarrollo habría condensado la narración, como la poligamia, las consecuencias físicas de un hábitat en diferentes gravedades a la de la tierra, etc.


Su aspecto más negativo, sin duda, es la incapacidad de Clarke de abordar con mayor profundidad la psique de los personajes (más planos que el encefalograma de un ladrillo, Manuel Pancorbo en http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op00070.htm ). Su misterio alcanza al hombre como especie, perdido en la inmensidad del cosmos, pero los personajes de la novela son planos, tipos, sin profundidad, casi sin disyuntivas, sin conflictos internos, excesivamente racionales, y sin evolución alguna a lo largo de la novela, a pesar de los grandes misterios que les rodean.


En conclusión, se puede etiquetar Cita con Rama como una novela de primer contacto, en este caso, frustrado. Además, la frase final (los ramanes lo hacían todo por triplicado), deja abierta toda una serie de hipótesis, y, en especial, justifica las posteriores secuelas que Clarke escribió junto a Gentry Lee, aunque se las tilda de peor calidad.


Por otro lado, en esta obra se aprecia mejor el cultivo del género hard propio del autor británico, dado el rigor científico con el que se trata la novela. Y sino, como ejemplo, vease el tratamiento que otorga Clarke al mar, encerrado por lo acantilados de los dos continente de Rama, como si fuese una tobera que permitiera transformar la energía potencial de un fluido en energía cinética.


Foto proveniente de:

[http://blogs.gamefilia.com/files/imce/u393921/rama.jpg]



[1] Scholes, Robert y Eric S. Rabkin, La ciencia ficción: historia, ciencia, perspectiva, Taurus, Madrid, 1982, pág. 98.


martes, 8 de septiembre de 2009

DE PIGMALIÓN AL ROBOT (PARTE II)



[Continuación del artículo anterior. Pequeña revisión personal de la temática del robot en la Ciencia Ficción.]


Tras los Capek, es en el cine expresionista alemán donde encontramos el siguiente caso celebre, pero ahora hablamos de un androide, el de Metrópolis. El científico Rotwand construye el robot por la obsesión que tiene de superar la pérdida de su amada. Es el ansia de amor que acoge a todos los personajes de la película, pero que en el científico y en su creación tecnológica se remite al mito de Pigmalión, solo que tecnificado.


Seguidamente hay que destacar la influencia de Isaac Asimov, no sólo por la creación de las ya clásicas tres leyes de la robótica, sino por la novelización de todas las problemáticas que puede generar la coexistencia entre el hombre y la máquina. Asimov es un escritor donde, sin duda, la idea es la base, el medio y el fin de la creación literaria, y a la idea supedita todo lo demás. En sus visiones el robot se aleja de posturas serviles y se acerca más a la versión fatal del mito del Golem en que se rebela contra su creador, quien debe escribir en su mente muerte para que la creación se detenga.

Así pasamos a las nuevas visiones del robot, una evolución en diversos sentidos. Para unos el robot se equipara al ser humano, como sucede en la obra de Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Dream android with electric sheeps?, 1968), cuya versión cinematográfica, Blade Runner (Ridley Scott, 1982), ha dejado ya huella no sólo en la ciencia ficción, sino en el cine en general. Su lema reza: Man has made his macht… now is his problem (El hombre ha construido su igual… ahora es su problema). Por tanto, la creación por una especie de otra idéntica que deba coexistir en el mismo ecosistema conlleva el enfrentamiento y la aniquilación de una de esas dos especies. Este precepto es la base para todos los libros y películas que relatan una guerra entre humanos y máquinas.


Los últimos pasos se han dirigido al desarrollo de una posible sociedad mecánica, autoconfigurada por máquinas, como son las sociedades que se pueden observar en películas como Matrix (1999), Terminator (1984) o incluso la raza de los Borg en Star trek. Una sociedad de máquinas adopta la forma de la mente colmena, dirigida por un solo ente pensante, como la que desarrollo Heinlein para sus alienígenas en Brigadas espaciales (Starship Troppers, premio Hugo en 1960). Pero este detalle relaciona el tema del robot con el de la I. A. (Inteligencia Artificial), una nueva vía temática de la CF que reactualiza, a mi juicio, las historias de las máquinas artificiales.


Finalmente llegamos hasta la actualidad, donde se han establecido tres categorías en el estudio de esta temática de CF. El robot hoy designa a una máquina cuyo diseño responde a la realización de una función específica. Por otro lado está el androide, es decir, el robot cuya estructura imita la forma humana. Y finalmente la imaginería fantacientífica idea el ciborg (cibernetic organism, organismo cibernético), donde a la forma humana se le agregaba la apariencia hasta el punto de que sólo la composición interna diferenciase un humano de un ciborg.

Hay una lectura que cada vez se resalta más: el hombre no puede crear vida, no puede jugar a ser Dios, porque no es un dios. Cuando lo pretende, fracasa, y las consecuencias pueden ser atenuadas o absolutamente fatales. Esta es la lección moral que pretende transmitir la ciencia ficción, casi siempre erigida como un “aviso para caminantes”, con la habitual –pero no intrínseca- tendencia a advertir sobre los peligros del futuro a partir de la hipérbole de un elemento presente.


[http://discovermagazine.com/2005/dec/robot-robot/robot-robbie.jpg]

[http://extracine.com/wp-content/uploads/2008/02/terminator_robot.jpg]

martes, 18 de agosto de 2009

DE PIGMALION AL ROBOT (PARTE I)


Cuando los hermanos Capek escribieron la obra teatral R. U. R. (Robots Universales Rossum, 1920, estrenada en 1921), seguramente no creyeron que su imaginería generara toda una larga lista de obras en las que su creación, el robot (esclavo en checo), fuera el protagonista o el móvil de la trama.


Josef y Carel Capek deben ser interpretados en su contexto histórico: las vanguardias europeas de principios del siglo XX. En varias obras de la época es fácil percibir la influencia del mito griego de Pigmalión. En el caso de España, el mito se camufla más bien poco, como se observa en la lectura de El señor de Pigmalión (1921, estrenada dos años después en París y en Praga), de Jacinto Grau, donde se vale de muñecos manejados por un titiritero que se considera a sí mismo su Dios.

En este mito se recoge la historia de Pigmalión, un escultor obsesionado por crear una figura femenina perfecta de la cual termina por enamorarse. Afrodita, diosa del amor, se apiada del artista y da vida a la escultura. Pigmalión es la creación de la vida por las manos del hombre. Los hermanos Capek lo que hicieron fue tecnologizar el proceso, y para ello crearon el robot, una máquina que se aproximara al ser humano. De esta forma se insertaba correctamente en el ambiente de desarrollo tecnológico que se experimentaba a principios del siglo XX.

La historia del topoi fantacientífico del robot se relaciona, como han observado diversos investigadores, con las historias de creación de hombres artificiales a lo largo de la literatura universal, donde se encuentran las leyendas del Golem y el Homúnculo. Estos ofrecen otras perspectivas al robot, sin duda su autonomía y deseo de completarse y de mejora que le aleja de la función primordial por la cual el hombre le creo y le aproxima a su liberación personal y a su independencia y posterior superación del creador. Así va surgiendo el aspecto negativo de la máquina y la mirada desconfiada entre hombre y robot.

Pero la historia de Pigmalión, una de las tantas de la mitología griega, pilar básico que sustenta toda la ideología occidental, es la que se esconde en los autores de principios de siglo que trataron el tema, tal y como he señalado anteriormente. Por eso considero que el origen del robot reside en Pigmalión más que en el Golem o en las diversas huellas halladas acerca de muñecos autómatas desde la antigüedad.

Eso sí, resulta indudable que el robot se ha constituido como un elemento básico en la imaginería fantacientífica, tanto que no existe glosario de término de ciencia ficción que no lo recoja. Merece la pena realizar una pequeña revisión de diversos robots que pueblan novelas y filmes de CF para observar su evolución. Para lo cual realizaré una entrada particular, dividiendo el presente artículo en dos partes.

[Fotos provenientes de:
http://weblogs.clarin.com/antilogicas/archives/PygmalianGalatea.jpg
y http://minombre.es/victoriacaro/files/robot-y-mujer-ok1.jpg]

jueves, 2 de julio de 2009

ADIOS AL HOMO SAPIENS


Revisión de El fin de la Infancia, de Arthur C. Clarke



Todavía reciente su fallecimiento -afamada pluma nonagenaria-, Arthur C. Clarke nos ha legado un puñado de obras que no se rinden al olvido del tiempo. Este autor inglés, siempre al tanto de las innovaciones científicas, es conocido principalmente por la escritura del guión de 2001: una odisea en el espacio (2001: a space Odessy, 1968), gran obra maestra cinematográfica de Stanley Kubrick.


El fin de la infancia se puede situar en una etapa del autor en que se halla muy influido por la metafísica y la mística. Se muestra, en una imagen que ha influenciado muchas producciones del género, la llegada de naves alienígenas sobre las ciudades más importantes del planeta. Estos extraterrestres pretenden eliminar los desmanes del hombre y purificar la sociedad de vicios y corrupciones.


Al principio la estructura de la novela se me asemeja a los pequeños episodios englobados de la serie fundación de Asimov. La llegada de los superseñores (en inglés overlords), la reacción de los humanos, la investigación por descubrir su identidad, después sus planes, la convivencia entre humanos y alienígenas, etc. Con esos pequeños episodios va avanzando la trama principal, desarrollado por un protagonismo colectivo.


Primero se narra la exploración espacial, motivo por el cual llegan los superseñores a la Tierra. Después tenemos un par de historias centradas en el personaje del finés Stormgren –momento que aprovecho para criticar el exceso de americanismo en los gentilicios de la novela-, único contacto humano con los superseñores. El primer episodio el secuestro de este por una entidad antialienígena; el segundo por desvelar la identidad de los superseñores, aún ocultos a los humanos.


Después cambiamos de personajes. El misterio se centra en torno al lugar de origen de los superseñores y un personaje, Jan Rodricks, encuentra una forma de llegar allí, como polizón en la nave de los extraterrestres, igual que Jonás en la ballena. Este episodio se mezcla con una sesión de espiritismo donde conocemos las coordenadas del planeta de los superseñores.


Seguidamente se narra el proyecto de una colonia cultural en dos islas: Nueva Esparta y Nueva Atenas, emulando el proceso histórico ocurrido en la antigua Grecia en el siglo IV A. C. Pero aparece un cierto alo de misterio. No me malinterpreten. El misterio en torno a los superseñores está presente desde su llegada a la tierra, narrada en las primeras páginas. No obstante, el narrador va introduciendo sutilmente detalles que hacen pensar en un plan oculto de los nuevos amos del planeta. Los humanos especulan, pero yerran en sus previsiones.

La novela se nutre de fuerza dramática con el giro cercano al final en que se descubre la verdad. Se intercambian los papeles. Los superseñores son simples servidores de un ente más poderoso y los humanos, antes simples siervos, están destinados a trascender y formar parte de ese poderoso ente –clara herencia de Hacedor de Estrellas (Starmaker), de O. Stapledon, ya comentada en este blog-.


Clarke plantea que el progreso humano está limitado por el árbol de la ciencia. Un árbol que no puede crecer más allá de ciertas dimensiones. En El fin de la infancia plantea la evolución humana en la trascendencia más allá de la materia. Apoya su desarrollo en la oscuridad de la mente humana, precisamente el órgano humano más desconocido por la ciencia médica actual. Para Clarke aquí se encuentra el poder de los hombres, pues todos los velos de misterio erigidos se centraban en el esoterismo y la superchería, esos oscuros poderes de la mente human cuya creencia es materia de discusión todavía en los tiempos que corren.


Para ofrecer verosimilitud a este proceso evolutivo, no se explica el porqué, tan sólo se remite al enigma de la telepatía o poderes mentales paranormales. Los superseñores, enclaustrados en la materia, desconocen este misterio. Así que al lector no le queda mayor solución que creer en lo narrado. Más allá de la ciencia ficción se adentra en lo maravilloso, es decir, en un hecho insólito que carece de alguna explicación dentro de las leyes que rigen nuestra realidad. Pero sucede. La raza humana trasciende, escapa el alma del cuerpo y cobra entidad propia, independiente. El periodo infantil del hombre quedaba marcado por su cuerpo corrompible, pero ahora ya no tiene límites.


El final, por lo tanto, resulta tan desalentador como esperanzado: la muerte del último homo sapiens que observa la transformación de los antiguos miembros de su raza en energía. Queda al lector posicionarse en el vaso medio lleno o el vaso medio vacío. Sin embargo, la mirada triste de Karellen, el superseñor que organizó el proyecto del despertar humano, al observar la tierra, el final de su labor en el Sistema Solar, y con ello, ser consciente nuevamente de su limitación, conlleva una visión positiva. El hombre, tan débil, tan insignificante, ha conseguido lo que no logra la ciencia de Karellen.


Como apunte final, destaco el dominio de la voz narradora de la información, que, dosificada, aparece en el momento exacto, introduciendo al lector lentamente en la presentación del mundo ficticio de la obra y en el desarrollo de la trama. También se observa intrínsecamente las ideas liberales de Clarke en su denuncia a espectáculos que maltraten animales –las corridas de toros- o preconizando una libertad sexual, sin duda ideas avanzadas para el momento de publicación de la obra, 1953.



Fotos tomadas de:

[www.latimes.com/media/photo/2008-03/36899638.jpg]

[http://agaudi.files.wordpress.com/2009/02/el-fin-de-la-infancia.jpg]


domingo, 12 de abril de 2009

¿CF EN CLAVE DE PARODIA?


Buscando por el magno ciberespacio películas de CF, que luego conseguí por diferentes medios, llegó a mi disco duro un filme: Dark Star (1974), de John Carpenter. Ya sabía, aunque nunca me había dignado a visualizarlas, que sus películas no tienen gran aprecio por su falta de seriedad en el tratamiento de temas fantásticos –véase Fantasmas de Marte (John Carpenter's Ghosts of Mars, 2001) o Vampiros (John Carpenter's Vampires, 1999)-.


Dark Star, en concreto, se trata de su primera película. A modo de sinopsis, una nave espacial, tripulada por cuatro hombres, se dedica a viajar por el espacio para destruir posibles planetas que en el futuro una supernova podría provocar que viajase directo hacia la Tierra e impactase con nuestro planeta.


Fuera del tratamiento psicológico de los personajes, camino de la demencia, inmersos en la rutina y en la oscura soledad del espacio, la película no ofrece mayores alicientes. No critico los medios escasos con los que cuenta, o los escasos efectos visuales con los que cuenta, sino cuestiones como:


a) El extraño animal extraterrestre que no es más que una pelota hinchable con unos guantes haciendo de manos. La secuencia con el espécimen se vuelve excesivamente larga, tedios y casi incomprensible cuando arroja por la pasarela del ascensor a uno de los personajes. Se intenta crear una situación dramática, pero más que a la tensión, mueve al humor absurdo, pues carece de sentido toda la secuencia: ¿Por qué se activa el ascensor cuando está el tripulante en el hueco de la maquinaria? ¿Cómo el ordenador de la nave, sabiendo que está en peligro uno de los tripulantes, no activa un medio de emergencia que detenga el ascensor? Quedan muchos interrogantes sin resolver.


b) la bomba dialoga con la computadora de la nave, incluso se enfada con una pueril rabieta por no cumplir su cometido. Por si eso no fuera poco, al final de la película el protagonista mantiene una larga disquisición filosófica con el arma, sin convencerla, acerca del sentimiento de existencia de una máquina, un discurso que fácilmente podría haber puesto Asimov en boca de uno de sus personajes hablando con un robot, pero que resulta absolutamente inverosímil tratándose de un simple misil con forma de prisma.


Lo que quiero señalar es que con escasos medios se puede crear una película de CF bastante aceptable, como sucede con gran parte del cine del género de los años cincuenta, y especialmente con El planeta prohibido (The Forbiden planet, 1956). La idea es simplemente un guión sólido, y no una idea vagamente diluida en absurdas situaciones como sucede en Dark Star.


Como espectador, si se trata de una sátira, me deja confuso. En algunos aspectos parece acercarse al género con conocimiento de causa, y termina ya con el absurdo del astronauta surfero, que si concluye la parodia que se construye lentamente, pero que se contradice con muchos presupuestos iniciales, los cuales a mi gusto reciben un tratamiento más concienzudo y menos humorístico de lo que debieran.


[Foto proveniente de: http://en.wikipedia.org/wiki/Dark_Star_(film)]

martes, 10 de marzo de 2009

UNA GRAN FAMILIA


Encontrar guiños dentro del mundillo de la CF resulta algo habitual para cualquier aficionado inmerso en el género, en cualquiera de sus modalidades. Es fácil descubrir como unas series remiten a otras, o películas, o libros. Las direcciones son múltiples.


Traigo a colación, verbigracia, el curioso ejemplo de Klaatu Barada Nik To!, las palabras que activan al androide Gort del extraterrestre Klaatu en Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth stood still, la versión de 1951, no me he dignado aún a visualizar el remake) y que también son las palabras que el personaje de Bruce Campbell debe recitar para coger el libro del Necronomicón en El ejército de las tinieblas, la tercera parte de la trilogía de cine de terror Evil Dead, de Sam Reimy.


Así, desde la emisión de Star Trek TNG (The Next Generation), resultaba curioso hallar actores, ya sea como colaboradores en un episodio o en papeles secundarios cuyo renombre ha alcanzado cierto standing. Asombra descubrir las dos colaboraciones de James Cromwell (famoso por su papel de granjero en Baby, un cerdito valiente), quien las describió como provechosas y divertidas, tanto en TNG como en DS9 (Deep Space Nine). O también una jovencísima Nikki Cox que frisaría los diez años, interpretando a una extraterrestre, Sarjenka, que se hace amiga del androide Data en un episodio de TNG que ahora no recuerdo.


Por otro lado, otros actores empezaron en TNG y su interpretación ha alcanzado papeles en películas de público más amplio, como el caso de Woopie Goldberg, que representó a la camarera en TNG, o Colm Meaney, que comenzó como segundón en el transportador de la Enterprise y trabajó después en películas como Con Air (19??) o en Layer Cake, crimen organizado (2006), con Daniel Craig.


Al visualizar Stargate, también encontramos numerosas colaboraciones, en especial, de actores de diversas series de Star Trek, en parte intuyo que para captar al público Trikkie, extenso grupo de espectadores fans de este tipo de productos. Probablemente los productores observador las serias deficiencias que la serie poseía, mucho más inverosímil y contradictorio que el universo de Gene Rodemberry, construido con mucho detenimiento y atención, y así pretendieron otorgar a Stargate una mayor fuerza para conseguir cuotas más altas de pantalla. No lo sé, es sólo una hipótesis.


Lo indudable es encontrar a Robert Picardo (El doctor en VOY –Voyager-) como el Sr. Woolsey tanto en Stargate SG-1 como en Stargate Atlantis; a Colm Meaney como líder de la Genei en Stargate Atlantis; o a Connor Trineer como Michael, el espectro medio humano, también en Stargate Atlantis.


La lista no se queda ahí. ¿Qué sucede con en caso de Ben Browder y Claudia Black? Ambos empezaron a despuntar en la CF gracias a sus papeles de, respectivamente, protagonista y coprotagonista en Farscape. Terminada esta serie, reaparecen como protagonistas también en la novena y décima temporada de Stargate SG-1. Cierto es que Claudia Black ya había aparecido como invitada en un episodio de la octava temporada, pero ahora se convierte en permanente, incorporándose como quinto miembro del SG-1.


¿Qué será la siguiente? -me pregunto- ¿Actores de Battlestar Galactica en Stargate Universe? Todo se andará.

jueves, 19 de febrero de 2009

FUTURO IMPERFECTO, de Domingo Santos


Domingo Santos, nacido en 1951 y llamado en realidad Pedro Domingo Mutiñó, es uno de los escritores de CF española más conocidos y aclamados, cuya obra ha sido traducida a diversos idiomas como inglés, francés o italiano. Él constituye una de las piezas fundamentales para entender la denominada década de oro y la entrada de España en el panorama de la CF mundial. La obra que aquí nos atañe, Futuro Imperfecto, apareció en la segunda época de la colección Nebulae, en el número 50, y está formada por una serie de relatos cuyo único aspecto común es el desarrollo de visiones futuristas a partir de algún elemento del presente.

En primer lugar aparece un paratexto, donde se explica, por un lado, el futuro imperfec­to del subjuntivo, un tiempo verbal hoy en desuso y en camino de la desaparición, “que expresa una acción hipotética considerada como no acabada, en el presente o en el futu­ro”. Así, con esa premisa, presenta ya Santos esta colección de relatos, y justifica el título de la obra. El otro paratexto proviene de la obra El mundo de los acusados, de Walter Jens, que presenta un equilibrio climático y la personificación del sol y la luna mirando la insignificancia de la humanidad.

A continuación hay un prólogo donde un historiador, situado en un tiempo futuro al de los relatos que componen el libro, presenta dichos textos en su valor histórico, en los cuales pretende desentrañar la verdad de entre la ficción de los mismos, detalle en el que hace hincapié en varias ocasiones. Así, Santos, a través de esta voz narradora, realiza un examen de lo que quedará del presente mañana, lo que difumina el paso del tiempo, y también una crítica de la metodología historicista actual y la imposibilidad de hallar la Verdad de los hechos sucedidos.

La serie de relatos son de lo más dispar, en gran parte constituyen pequeñas distopías en donde Santos va desarrollando críticas a diversos aspectos de la actualidad. En parte, parece un precedente del cyberpunk que dominaría pocos años después el panorama de la CF, aunque la cuestión tecnológica queda un poco a la zaga en los relatos.

El primero de ellos, ‘Smog’, recoge una visión casi apocalíptica con ciudades repletas de polución y aire contaminado imposible de respirar. El protagonista, que trabaja en medio ambiente, reflexiona en diversas ocasiones sobre los graves problemas pulmonares y la reducción de la esperanza de vida que ello conlleva. En ‘Negocios del corazón’ nos plantea la visita de un enfermo cardíaco a un centro de “reemplazo de órganos”, donde Santos aprovecha para explicar cómo sería el negocio de órganos humanos, con las distintas filosofías y métodos de empresa.

‘Extraño’ es, sin duda alguna, el relato más duro de la obra, su lectura provoca desagrado al presentarnos, sin pudor alguno, a un pobre niño deforme, sin brazos ni piernas e incapaz de pronunciar palabras, cuyos padres detestan hasta el punto de propinarle sucesivas palizas. El niño, ante esta situación de asilamiento e inadaptación, termina por volverse loco y lo ingresan en un manicomio. Cuando escapa del centro, sólo queda una salida. Aquí tenemos dos voces narradoras que se alternan, una es la clásica del narrador omnisciente que aparece en todos los relatos, y la otra es la primera persona, la voz del monstruo, con escasez de signos de puntuación que pretenden yuxtaponer la velocidad con que el cerebro reproduce e interconecta las ideas. Probablemente este último aspecto sea una de los detalles estilísticos más sobresaliente de la obra.

El cuarto relato, ‘El programa’, permite a Santos presentar un violento espectáculo que recuerda a la crudeza del circo romano. Un presidiario es soltado en mitad de una ciudad para ser cazado por miles de perseguidores. Aquí el autor reflexiona sobre la naturaleza violenta del hombre: “[la gente] vio en el Programa un cauce por donde descargar los instintos sanguinarios inherentes al ser humano y un sucedáneo que aboliría las guerras al suprimir su necesidad fundamentalmente morbosa”.

‘Señor, su cuenta no existe’, presenta, con tintes cómicos, la curiosa historia de un hombre cuya cuenta bancaria ha desaparecido del ordenador central y con ella su dinero. Este hecho permite a D. Santos opinar sobre las posibles repercusiones de la informatización de la vida diaria. Cada fragmento del relato viene precedido de eslóganes publicitarios o declaraciones diversas sobre la sustitución del papel-moneda por la tarjeta de crédito. Éste es el relato más cercano a nuestra realidad de los recogidos en la obra.

Por otro lado, ‘Encima de las nubes’, posee dos historias interrelacionadas. La principal relata una reunión de socios de una empresa que pretende sacar al mercado un nuevo combustible cuya fabricación deja una enorme cantidad de residuos. Santos vuelve al tema ecológico, pero lo presenta aquí desde la despiadada visión de los ejecutivos de la empresa que sólo miran por una ganancia económica y una minimización de las pérdidas. La otra historia, más secundaria, tiene por protagonista a un trabajador de una clase media con afán de superación social. Su ascenso laboral y económico se ve acentuado en ese ascenso a las ciudades plataforma que orbitan en la estratosfera.

En “…si mañana hemos de morir” hay un pesimismo latente. En gran medida muchos aspectos proclamados por el autor acerca de la juventud, protagonista de este relato, se han cumplido: el escepticismo, la inmovilidad, el ocio controlado, el afán de velocidad, la rebeldía sin objetivos, etc. Aquí el lenguaje se adecua a la jerga juvenil, lo cual otorga mayor verosimilitud al relato.

Finalmente, el relato más largo de todos, que perfectamente por extensión podría considerarse una novelita o novela breve, titulada “Fábula”, constituye una visión distinta. Esta vez, más que distopía, opta por la utopía y nos presenta una sociedad futura que funciona. El éxito de esta recreación futurista de D. Santos es que esta sociedad no es perfecta y explica las renuncias que ha realizado para alcanzar la estabilidad y el bienestar. Es decir, el sistema es válido, pero no totalmente correcto. El protagonista, como es normal en estas obras, es un outsider que analiza críticamente lo que observa. El final resulta esperable, pues no se podía desarrollar de otra manera. A mi juicio esta pequeña obrita, de la cual muchos más detalles se podrían comentar, es la pequeña joya de este libro.

En general, me impresiona que los personajes femeninos de la obra sean meros clichés, amas de casa ignorantes e impertinentes, mujeres seductoras o empleadas de tareas propiamente femeninas, como la de secretaria. Quizás ello se deba a la educación y modelos vividos por el autor, o a una incapacidad de abordar la psique femenina. Por el contrario, los personajes masculinos si presentan mayor variedad, desde el ingenuo y servil trabajador Olivera de ‘Señor, su cuenta no existe’, hasta el presidiario del ‘programa’ o el ejecutivo sin escrúpulos de ‘Encima de las nubes’.

Pese a todo lo señalado, considero esta obra digna de lectura, en primer lugar por considerarse propiamente escrita en castellano, y no ser una traducción, con lo que se consigue un juego y uso de la lengua propio de un nativo. Además, se trata de uno de los autores más singulares de la CF española, promotor y precedente de la denominada “década de oro”, en cuyos autores se observa una mayor lirismo que en la narrativa de Domingo Santos.