miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Bermúdez Castillo inicial: La piel del infinito


Bermúdez Castillo, Gabriel (1978)
La piel del infinito.
Barcelona: Dronte.

Entre 1976 y 1978, el triunvirato responsable de la mítica revista española Nueva Dimensión, Domingo Santos, Luis Vigil y Sebastián Martínez, decidieron, dado el boom editorial que vivía la ciencia ficción en España por esos años, sacar una colección de libros desde su editorial, Dronte. La colección alcanzó las veintisiete entregas, todas obras inéditas en el mercado español hasta la fecha, y entre ellas figuraban títulos memorables como La paja en el ojo de Dios (The Mote in God's Eye, 1974), de Niven y Pournelle. Casi todas las obras venían firmadas por escritores anglosajones, algunos reputados en el momento, como Roger Zelazny o Phillip José Farmer, a excepción de dos, la del belga Jacques Sternberg con Futuros sin futuro (Futurs sans Avenir, 1971), y la de un español, Gabriel Bermúdez Castillo, con La piel del infinito (1978), que fue galardonada con el premio a la mejor novela española del año en la Hispacon de 1978.

Bermúdez Castillo es bien conocido por los aficionados españoles por su larga trayectoria como escritor, la cual arrancó en 1971. Él práctica una narrativa muy castiza y humorística que supondrá un primer paso relevante hacia el encuentro de un rasgo propiamente español en el cultivo de la ciencia ficción. Su primera obra fue una antología de novelas cortas titulada El mundo Hókun, algunas de las cuales serían versiones preliminares de novelas que desarrollo posteriormente. Así sucedería con “El pulpo”, versión preliminar de La piel del infinito. Habría que indicar que a la altura de 1978 el autor gozaba de cierto reconocimiento dentro de la ciencia ficción española, especialmente gracias a Viaje a un planeta Wu-wei, que constituye una de sus obras más logradas, publicada dos años antes, en 1976. Además, mantenía una relación amistosa con los responsables de Nueva Dimensión, detalle que se desprende, por ejemplo, del mecenazgo que realiza sobre el certamen literario que se organizó desde la revista en 1976.

En concreto, La piel del infinito se componía por una novela corta, la que da título al volumen (7-109), y “Cuestión de oportunidades” (111-141), un relato para completar el espacio restante. La primera de estas obras constituye una narración verdaderamente macabra sobre un misterioso ser que desata el caos, la violencia y la destrucción en el mundo, lo que conduce a una guerra total y maniquea de la que termina siendo la víctima cuando le traicionen sus lugartenientes supervivientes. Desde luego, la novela resulta dura, incluso para el lector actual, dada la enorme cantidad de escenas donde se describe una violencia desatada y sin sentido, que lleva a asesinatos, como los que hacen No-tengo y su grupo de MayDay a dos parejas de transeúntes, sin motivo aparente, o a la tortura, como la del abominable personaje de Hersan a la prostituta Elsa, aun siendo ambos del mismo bando.

En total, “La piel del infinito” se divide en nueve anotaciones sobre esta rebelión destructora. Varias están narradas en primera persona por ese hombre misterioso. Él será quien abra y cierre el discurso: al comienzo, con su regreso a casa, desmemoriado, sin encontrar sentido a la realidad circundante, y con un plan en la cabeza, desencadenar el apocalipsis, su única obsesión; al final, con su muerte, dejando el discurso interrumpido, en el aire. Los fragmentos centrados en el protagonista, que se hace llamar número uno (obsérvese la relación con las sectas secretas), destacan por la cantidad de reflexiones que realiza y donde el lector puede ver sus pensamientos y motivaciones. Es probablemente el ejercicio de extrañamiento y de estilo mayor del libro, puesto que el número uno siente un desapego de la realidad tal que no encuentra sentido al significado de muchas palabras, lo que le lleva incluso a inventar vocablos para designar a sensaciones y reflexiones que tiene, como cuando le dice a Hagen, el mayordomo, que le “rasta”.

En cierto modo el ser parece la reencarnación del anticristo, o de un demonio, venido para destruir, reencarnado en un hombre, pero que progresivamente parece perder la forma humana: huye del sol, tras los primeros contactos se esconde en la oscuridad de su casa, convertida en cuartel secreto de su revuelta, no consigue beber, se alimenta de pastillas alimenticias insípidas que le suministra su mayordomo porque declara no poder comer otra cosa, y de vez en cuando se aprecian en el discurso menciones a deformaciones en su cuerpo. Sin embargo, es cerca del final donde confiesa su verdadera intención, rozar con sus dedos sin uñas la piel del infinito, es decir, comprender los misterios de la humanidad, del hombre, que al final describe como un ser imperfecto, pero “capaz de felicidad”.

El resto de fragmentos están centrados en algunos de los lugartenientes de esa revuelta, como la prostituta Elsa y su antiguo amante, Jorge Bruckner, o el del estudiante Gustav, que disfrutaba con sesiones de sadomasoquismo con una mujer llamada Koris, pero que pierde la cabeza tras presenciar una matanza, o el fragmento, ya mencionado, de la tortura de Hersan a Elsa, cerca del final de la novela. Es, además, este último el que provoca el giro de la trama hacia el final, hacia el asesinato del ser llamado “número uno”.

Por otra parte, “La piel del infinito” refleja un mundo sumamente binario donde se enfrentan dos bloques antagónicos en una “opoguerra”, como la llama el misterioso ser “número uno”, entre los que se consideran a sí mismos fuerzas del bien o defensores de la verdad, que son los que se revelan, los alineados con número uno, asesinando a cualquiera por doquier, y unos extraños agentes, como pertenecientes a otra secta, que parece amparada por las autoridades, los Padres Puritanos, que visten de blanco, identificados como los enemigos o fuerzas del mal. En este sentido, resulta novedoso que la historia clásica del enfrentamiento entre el bien y el mal está presentada desde la perspectiva de los “malos”, pues son quienes crean la destrucción a su paso, y quienes finalmente pierden la guerra, cuando muere número uno, pero también se puede destacar la idea de que, en su carácter violento, reside una idea de libertad individual absoluta, al margen de cualquier código moral, mientras que los padres puritanos (no por ello también inmorales en algunas de sus acciones), serían los defensores de la moral a cualquier precio.

Respecto a “Cuestión de oportunidades”, que sería seleccionado con posterioridad por Domingo Santos para la antología Lo mejor de la ciencia ficción española (1982), que publicó la editorial Martínez Roca, el cuento presenta un argumento más fictocientífico. Aquí Ivan Mendoza, asolado por las deudas contraídas por el juego, acude a una empresa que otorga oportunidades, que consisten en trabajos peligrosos en otros lugares del universo donde, cuanto mayor es el riesgo, mayor es la remuneración. El señor Mendoza comienza con labores sencillas, pero dada la urgente necesidad de dinero, y la cada vez mayor seducción de la secretaria, la señorita Hollinger, va aceptando retos mayores. Finalmente, aunque ya había ganado lo necesario, dada también su adicción al juego, acepta el reto mayor, sin superarlo. El último fragmento presenta a la siguiente víctima, una señorita que busca oportunidades, y esta vez es atendido por un secretario muy seductor, un curioso señor Hollinger.

El relato, de un estilo narrativo tradicional, presenta una trama que tiende hacia la fantasía. Lo más interesante, por un lado, es el creciente juego de seducción que va practicando el misterioso personaje de la señorita Hollinger, capaz de cambiar de forma. Según avanza la trama, el lector puede observar como crece la excitación en Hollinger, con menciones a sus ojos azules y sus labios pintados que esbozan gestos sensuales, y como aumenta la obsesión en Mendoza, quien, según donde esté haciendo la prueba, sueña con la señorita Hollinger, transformada en un ser diferente. Por otro, las descripciones fantásticas de los lugares y de las pruebas que debe ir superando el señor Mendoza para conseguir el dinero también resultan curiosas, pues algunas se proponen con cierta lógica, como cuando le usan de cobaya de indias para explorar el planeta, pero a otras no se les llega a comprender el sentido, como en la que tiene que ir abriendo puertas por una especie de barco.



martes, 4 de septiembre de 2012

Moon, CF con argumento


Ficha técnica:
EE. UU., 2009
Título original: Moon (Luna, en Argentina)
Dirección: Duncan Jones
Guión: Duncan Jones, Nathan Parker
Producción: Stuart Fenegan, Trudie Styler
Música: Clint Mansell
Fotografía: Gary Shaw
IMDb: tt1182345
Reparto: Sam Rockwell (Sam Bell); Kevin Spacey (GERTY (voz)); Dominique McElligott (Tess Bell); Rosie Shaw (Little Eve); Adrienne Shaw (Nanny); Kaya Scodelario (Eve); Benedict Wong (Thompson); Matt Berry (Overmeyers)

A pesar del amor al género, a veces me vuelvo reacio ante nuevas películas de CF, pues, en mi opinión, Hollywood tiende a discriminar las ideas en favor del espectáculo, y, no lo olvidamos, la fuerza de la CF reside en la idea. En otras ocasiones he reflejado en este blog mi insatisfac­ción ante ciertos filmes del género, como con la argumentalmente pobre Avatar (2009). Consi­dero que existe toda una rama de películas que se pueden trazar desde Star Wars (1977) que viene a determinar como prioritario en una película fictocientifica a los efectos especiales (la presentación) sobre la trama. Se da más importancia al continente que al contenido. Es ver­dad, en busca del beneficio económico hay que dirigirse a un más amplio sector de público y la masa se siente más atraída por lo visual que por lo intelectual.

Sin embargo, de vez en cuando, aparece alguna película de CF que, con bajo presupuesto, o prescin­diendo de tantos efectos visuales, consigue un gran impacto gracias -sí, sí- a la idea. Ese es el caso de Moon (2009), de Duncan Jones (hijo del cantante David Bowie), una película que ha cumplido con creces todas mis expectativas y que recomiendo su disfrute a todo aficionado que se precie. Conste que no sólo mi opinión la avala, sino la ristra de galardones que la acompañan, empezando por el Hugo a la mejor representación dramática en formato largo o su elección como mejor película del festival de Sitges.

A modo de breve sinopsis, y sin la intención de desvelar la trama para aquellos que no hayan visto Moon, aquí se muestra la vida de Sam Bell, el único habitante de nuestro satélite que cumple un contrato de tres años para Lunar Enterprise controlando, junto al ordenador Gerty, una explotación de Helio 3, un combustible que ha hecho posible, en la Tierra, un desarrollo energético amigable con el medio ambiente. Se trata de un trabajo solitario, aún más difícil cuando un satélite defectuoso impide la comunicación en directo con su hogar, por lo que todo lo que puede enviar y recibir Sam son mensajes grabados.

A dos semanas de su regreso, Sam empieza a sufrir alucinaciones que le llevan a un grave accidente mientras acudía a inspeccionar el estado de una de las cosechadoras. Sin embargo, poco después despierta en la enfermería de la base con un severo caso de amnesia. Ante esta irregularidad decide salir a investigar hasta descubrir a su antecesor y su verdadero origen: es un clon. De ahí, se irá desvelando toda una trama que presente al la empresa como la responsable, y señale nuevamente cómo la economía se posiciona por encima de normas morales y éticas en la consecución del beneficio económico, una idea cuyo rastro se puede seguir su rastro en películas del género desde muy antiguo, como por ejemplo, en Atmósfera cero (Outland, 1981).

Quizá cierta idea innovadora aparece en la indagación psicológica de los clones, al estudiar cómo van aceptando la nueva información que perciben. Eso explica los cambios entre los dos personajes que interpreta el mismo actor (Sam Bell realiza él solito la mayor parte interpretativa en el filme). En un primer momento, cuando el segundo Sam rescata al primero, al descubrirse en un espejo, entiende lo sucedido, mientras que el primero se niega rotundamente a aceptar la verdad: su fabri­cación artificial. No obstante, posteriormente, será el primer Sam el que descubra todo el secreto sobre la fabricación de los clones y su horrible final, al dejarle el ordenador, Gerty, que visualice los diarios de las anteriores copias, y, por contra, el segundo Sam se negará a aceptar esa sentencia final escrita de antemano en su código genético y que conduce a su sosia hacia la muerte.

Otro aliciente de la película es el personaje de Gerty. Por el cine de ciencia ficción han pasado innumerables robots, desde los más serviciales mayordomos, como Robbie, en Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956), hasta el asesino Hal 9000 de 2001: una odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). Aquí Gerty no es más que la voz de Kevin Spacey (en el original) y una serie de emoticonos que revelan la fuerza emotiva y la clave que tiene esta máquina dentro del filme. Así, por ejemplo, será su lógica la que le enseñe a Sam cómo desentrañar la trama con la que Luna Enterprise engañaba al único habitante de nuestro satélite.

Sin duda, hay que considerar a Moon como una película digna de la etiqueta ciencia ficción, que desvincula al género de producciones llenas de aventuras, sin argumento o con trama predecible y sin mayor aliciente que sentarse y dejarse llevar por la sucesión de imágenes como si fuésemos zombies. Moon sí plantea una trama, un misterio envolvente, carga reflexiva y un gran efecto conseguido mediante una economía de elementos. Por eso, en mi opinión, la CF es una idea, y la idea no requiere de presentaciones atractivas, pues ella misma contiene toda la fuerza dramática y especulativa.


[Fotos tomadas de: