martes, 20 de mayo de 2014

Marte: un nuevo espacio para la utopía


Robinson, Kim Stanley (1993),
Marte rojo (Red Mars).
Traducción de Manuel Figueroa.
Barcelona: Minotauro, 2004.


Marte: la siguiente frontera. Kim Stanley Robinson (1952) rompe con toda la tradición del Marte habitable y lleno de alienígenas que la ciencia ficción había adoptado desde sus comienzos hasta que la sonda Mariner 9, a principios de los años setenta, demostró la falacia de a vida en el planeta vecino. Sin restos de posibles civilizaciones, el planeta vecino se convertía en un páramo inhabitable. Sin embargo, sobre él construye Robinson con Marte rojo (Red Mars, 1993), ganadora del premio Nebula, un nuevo mito marciano. Para recrear esa nueva visión, Robinson propone un nuevo modelo de trama: la colonización del planeta rojo.

Se trata de un proceso tratado con la mayor ilusión de verismo posible. Por ese motivo, la novela contiene un núcleo de ciencia ficción hard. Es el enfrentamiento del hombre contra la adversidad, la cual consigue superar por mediación de la lógica y la tecnología. Hay una fe en la capacidad humana para superarse a sí misma. Como consecuencia, en el hard, narrativamente se busca la sencillez y la idea que termina por transmitir es positiva: una fe en el progreso y en la capacidad humana para superar los límites e impedimentos. Por ese motivo, la estructura in media res de Marte rojo, donde la apertura no hace sino de captador de la atención, no supone ninguna dificultad para seguir una historia por lo demás absolutamente lineal.

No se busca crear belleza mediante un lenguaje científico, sino conseguir la mayor verosimilitud posible. Se pretende lograr una sensación de autenticidad al centrar el argumento en la plausibilidad científica. Las descripciones adquieren un enorme peso en la historia, lo que ralentiza el ritmo narrativo de la novela hasta el punto de exasperar a cualquier lector. Esta información veraz se apoya en el conocimiento elevado que hoy se tiene de la orografía marciana. En su transformación literaria, Robinson busca un deseo de belleza paisajística, que contrasta con una pretensión delicada de objetividad. En ese sentido, hay un afán por recrear el espectáculo geológico marciano, que se convierte en un personaje más de Marte rojo.

Tras tanto detallismo se perciben los veinte años de documentación exhaustiva investigada por el autor, donde analizó los estudios e investigaciones sobre Marte realizados por la Nasa, así como posibles planes futuros. No obstante, como sucede en toda la ciencia ficción, la ciencia es otra herramienta de juego narrativo. Siempre hay espacio para la ficcionalziación de la ciencia, incluso en la versión dura del género, como sucede en esta novela. Se pretende de este modo ir más allá de los conocimientos actuales. La idea es partir de esa documentación adquirida para ir más allá y presentar algo que realmente no ha sucedido, que es hipotético, y mostrarlo con esa ilusión de realidad donde consigue que el lector en ningún momento dude de la plausibilidad de los hechos y de la tecnología narrada. Robinson especula en Marte rojo con tecnología aún hipotética, o totalmente inventada, como, por ejemplo, con el proceso de rejuvenecimiento que le permite justificar narrativamente la longevidad de los personajes.

En este punto el elemento más sobresaliente, y motor de la trama, es el proceso de terraformación. La obra relata el principio de la corrupción de la virginidad marciana, es decir, los primeros 35 años de la vida humana en el planeta (desde 2026 a 2061), desde el viaje de los Primeros Cien hasta la tregua tras la revolución y las catastróficas consecuencias que éste provoca en la ecología marciana. Después la historia es continuada en Marte verde (Green Mars, 1994) y Marte azul (Blue Mars, 1966), constituyendo así la trilogía marciana. En esta primera entrega la historia se focaliza sobre algunos de los Primeros Cien. En la división estructural en ocho partes, cada una se centra en alguno de estos primeros pobladores de Marte. Son los caracteres más destacados de este grupo de colonos. Entre ellos el principal es el trío amoroso entre John Boone, Frank Chalmers y Maya Toitovna, a los que se suman Nadia (Nadejda) Cherneshevski, Michel Duval y Ann Clayborne. Junto a ellos sobresalen otros de los Primeros Cien de poderosa influencia en la trama, como Sax Russell, responsable del proyecto de terraformación, Arkadi Bogdanov (claro guiño al escritor soviético autor de Estrella roja -Krásnaia Svezdá, 1908-), Hiroko Ai -la más misteriosa y mística de todos los colonos-, y Phyllis Boyle, retratada como la corruptora marciana, ávida de poder, que vende el planeta a las compañías transacionales.

Como es habitual en la ciencia ficción hard, se trata de personajes científicos, esto es, la represen­tación de la faceta lógica humana, la reducción de la dimensión del hombre al raciocinio. Sin embargo, Robinson transgrede la habitual dimensión plana de los personajes de este tipo de novelas (propongo aquí como ejemplo Cita con Rama -Rendezvous with Rama, 1972-, de Arthur C. Clarke, ya reseñada en este blog), y construye unos personajes de mayor hondura psicológica. Por ello, se trata de científicos, pero asolados por sus desavenencias humanas, sus confrontaciones por diferencias de opinión y sus conflictos emocionales. En cierto modo Robinson busca este paso mediante un infantilización, reduciendo su faceta racional para dejar que sean movidos por sus impulsos emocionales (un buen ejemplo es el personaje de Maya). Pero también el estadounidense muestra las repercusiones que la convivencia de esta pequeña comunidad y los acontecimientos que se desarrollan provocan en ellos. En este sentido destaca, en el fragmento final, la profunda depresión de Ann Clayborne, enamorada de Marte desde su llegada y principal defensora de su virginidad, ante la transformación del planeta marciano.

Aun así, Marte rojo transgrede ese individualismo de los personajes para reflexionar sobre un proyecto de construcción social. Y este es el punto que me ha parecido más interesante en la novela. Robinson se vale del planeta rojo como un nuevo espacio para la utopía. Igual que el descubrimien­to de América, el planeta vecino propone una aventura, un nuevo comienzo, una posibilidad para hacer las cosas de forma diferente. En la primera mitad de la novela se acumulan todas las discusiones político-sociales de los personajes por decidir qué tipo de mundo edificarán en Marte, y entre ellas destaca la postura idealista de Arkadi. Sin embargo, esa idealización pronto choca con la verdadera realidad de la naturaleza humana y con el cáncer de nuestro presente: el neoliberalismo y el neocolonialismo.

A través del personaje de Phyllis, las empresas transnacionales, controladores del poder y del dinero, frente a una inoperante Unión de Naciones, entra en Marte con la idea de explorar sus recursos para su propio beneficio, y no para solventar los problemas terrícolas aludidos en Marte rojo (superpoblación, desigualdad social, pobreza, hambre, guerras). Son grandes corporaciones, corruptoras y esclavistas, que aprovechan mano de obra barata en condiciones inadecuadas para Marte, y que acaban conduciendo a la revolución. Por ese motivo, hay tantos paralelismos con la historia estadounidense, unas comparaciones aludidas directamente en la novela. Sin embargo, las condiciones marcianas no tienen nada que ver con las terrícolas, y las consecuencias que acarrea el levantamiento serán mucho más funestas de las esperadas.

Ese es el punto en que finaliza la primera entrega de esta trilogía. El resultado refleja una sensación de irregularidad. La novela se vuelve caótica en algunos puntos, lenta y rutinaria en otros. En cierto modo hace pensar que su autor no ha sabido depurar la obra, eliminando una enorme cantidad de pasajes y descripciones superfluos o repetitivos para quedarse con lo más granado de su narrativa, alargando la obra innecesariamente. Y a pesar de ello sigue teniendo momentos estelares, como el viaje en el Ares, o la caída del ascensor espacial. Es una novela recomendable, desde luego, pero quizás no merece la fama adquirida. Por ese motivo, recomiendo armarse de ganas antes de afrontar su lectura y poder extraer, como yo he pretendido, lo más destacado de Marte rojo.