jueves, 4 de marzo de 2010

CRÍTICA A AVATAR

Mucho ha sorprendido la nueva película de James Cameron. Muchas críticas y reacciones de muy diversa índole ha despertado a lo largo y ancho del planeta. Sin duda, por sus espectaculares efectos especiales y el gran trabajo que han supuesto, merece los elogios que recibe. Sin embargo, tras analizar detenidamente el film, mi valoración no es tan positiva, pues el argumento me parece ramplón y propio de una space-opera.

En gran parte parece una film de sobremesa. La historia es de lo más simplona y predecible. Yo la reduzco al argumento de una película de indios y vaqueros, o más concretamente la historia de John Smith y la indígena Pocahontas. La diferencia es que aquí la clave fantacientífica da pie a Cameron para una reinterpretación de la historia donde son los indios los vencedores, o, interpretándolo en otro nivel, la victoria de las fuerzas de la naturaleza frente a la tecnología. También puede verse como una crítica al colonialismo, que recuerda a ese maravilloso diálogo del personaje Snaut en Solaris, de Lem (también citado anteriormente en este blog):


“No queremos conquistar el cosmos, sólo queremos extender la tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido como el Sahara, tal otro glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerosos, no queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo Contacto. Es otra mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos” (Pág. 87-88. Edición de Minotuaro)


En este aspecto, lo más curioso que me resulto de Avatar fue el concepto de la conexión sináptica entre el mundo aborigen y su fauna animal, lo que justifica esa presencia espiritual de la naturaleza, que domina incluso la mística de los indígenas. Todo en Pandora está supeditado a la Diosa Madre, la Naturaleza, la enemiga de la tecnología, que es la intrusa traída los humanos.

Indudablemente, lo más especial es el espectáculo visual que presenta, con una rico cromatismo y una naturaleza rica y misteriosa en un ecosistema coherente y equilibrado. Desde luego, este aspecto me recuerda lo que hace especial a su director, su minuciosidad en los pequeños detalles. Como ejemplo, rememoro, en Terminator II, la imagen en que el terminator, interpretado por Schwarzenegger, saca la recortada de la caja de rosas, las cuales caen al suelo y después el ciborg pisotea una de ellas.

En mi opinión, prefiero esta otra obra en la filmografía de Cameron que su nueva creación. Terminator II es una película de acción con una reflexión detrás, en especial gracias al personaje de Sarah Connor (Linda Hamilton). Con las imágenes de la carretera de fondo, ella se pregunta acerca del futuro, si el destino del hombre está fijado de antemano, si nos queda libre albedrío en nuestra vida, si somos nosotros los que forjamos el mañana.

En conclusión, Avatar tiene mucho de bombo y poco de sustancia, un caramelo de envoltorio llamativo, pero insípido. Personalmente, he disfrutado más con películas de menos efectos especiales, pero argumentos más sólidos y reflexivos. Recomendaría ver esta película, pero no la incluiría en mi filmografía selecta del género fantacientífico.