[Este es el sexto y último de una
serie de artículos que tengo previsto publicar en este blog sobre la
novela Matadero cinco, de Kurt Vonnegut]
Tras las disecciones anteriores, poco queda de señalar respecto a Matadero cinco. Falta hablar del
peculiar estilo de la novela, un modo de escritura que particulariza a
Vonnegut. Algunos rasgos de ese estilo ya han sido anunciados previamente, como
la ironía y el humor negro. La aportación de ambos al sentido de la novela es
relevante, puesto que ayudan a potenciar esa intención antibelicista que
predomina en Matadero cinco. En ese
sentido, Vonnegut busca, también con la forma, transmitir sus reocupaciones
como escritor: ese sentido moral de conducir a la humanidad a un futuro mejor
mediante la literatura.
Comentábamos previamente que Matadero cinco está construida mediante
un discurso narrativo no lineal, correspondiente a los saltos temporales del
protagonista, Billy Pilgrim. De este modo, la novela evita el clímax y desenlace
típico de la narración lineal. Queda claro que de la habilidad de escapar de la
fijeza de la noción temporal es precisamente sobre lo que trata Matadero cinco. Vonnegut evita encuadrar
su historia en una narración lineal al elegir una estructura circular. Lo
importante no es la vida del protagonista, sino el mensaje moral que transmite
la novela. Con ello nuestro autor busca aplicar una nueva noción del tiempo
narrativo, algo que justifican los alienígenas de la obra, los
tralfamadorianos, al explicar su concepción de la literatura:
“Cada montón de símbolos es un mensaje breve y urgente
que describe una situación, una escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los
leemos todos a la vez y no uno después del otro. Por lo tanto, no puede haber
ninguna relación concreta entre todos los mensajes, excepto la que el autor les
otorga al seleccionarlos cuidadosamente. Así pues, cuando se ven todos a la vez
dan una imagen de vida maravillosa, sorprendente e intensa. No hay principio,
no hay moral, no hay causas, no hay efectos Lo que a nosotros nos gusta de
nuestros libros es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos
a la vez” (Edición en Anagrama, p. 84).

Al huir Pilgrim de esa noción
temporal, su vida se vuelve un calidoscopio de fragmentos vitales, un puzzle
de recuerdos en el que faltan piezas. Lo que hace posible la autorrenovación
en Matadero cinco es la imaginación
humana, que es lo que al final la novela elogia. Billy tiene que usar una
actitud creativa para sobrevivir en un mundo básicamente absurdo. Ni él ni
Vonnegut pueden cambiar el suceso de Dresde, pero ambos pueden sobrevivir a él
mediante el uso de la imaginación. Y, para ello, la ciencia ficción constituye,
como se ha señalado en anteriores entradas, una terapia.
Por otro lado, ante la
circularidad de este tiempo, la muerte de Pilgrim no se erige en el clímax de
la novela, sino en un suceso más. Para los tralfamadorianos la muerte no
importa. No la entienden; es solo un estado más en una visión donde pasado,
presente y futuro son observables a la vez. Lo que queda es la responsabilidad
de nuestras acciones. Es la idea del altruismo que estudia Vonnegut mediante
el protagonista de esta novela y su absurdo paso como soldado por la II Guerra
Mundial.
Billy es un personaje visionario
en la novela, es un óptico y describe su trabajo indicando que su oficio “era
el de prescribir unos lentes correctores para las almas terrestres, ya que
muchas de ellas estaban perdidas y afligidas porque, pensaba Billy, no tenían
una visión de las cosas como la de sus pequeños amigos de Tralfamadore” (En
Anagrama, p. 33). Lo mismo pasa con Kilgore Trout, el escritor alter ego de Vonnegut en la novela.
Cuando este acude a una fiesta en la casa de Pilgrim, donde todos los invitados
son ópticos, él es el único que no tiene gafas. El juego de la visión, como
camino al conocimiento, queda claro en esas imágenes.
Como dijimos, Billy es un modelo
moral por su inacción en la guerra, por su contraste con el resto de
combatientes. El deambular de Billy Pilgrim por la guerra, como se indicó, está
plagado de ironía. Él muestra el absurdo de la contienda y potencia la actitud
antibelicista de la novela. Vonnegut desmonta el discurso ortodoxo sobre la
guerra mediante el humor, y especialmente mediante la ironía. A veces, la
ironía se plasma a través de la caricaturización que hace el narrador de los
personajes, pero generalmente aparece en las situaciones descritas, después de
todo, son niños jugando a ser soldados.

Esa ironía trasciende de la
experiencia de Pilgrim y toca también al propio Vonnegut, especialmente cuando
explica que durante un tiempo fue reportero de sucesos en una agencia de
noticias de Chicago y describe la insensibilidad de la operadora que transcribe
el dictado de la noticia de la muerte de un hombre aplastado en la caída de un
ascensor. Esa ironía lleva al humor negro. Billy Pilgrim es el peor soldado
imaginable: mal uniformado, sin ropa de invierno y sin arma (solo consigue un
arma cuando termina la guerra), y vistiendo como un payaso. Sus compañeros, más
preparados que él, que se toman el enfrentamiento armado como algo serio, van
pereciendo, mientras que él sobrevive a la contienda.
La ironía aparece mediante la
disposición de la información. El lenguaje en Matadero cinco es muy sencillo, de ahí que sea lectura obligatoria
en muchos institutos estadounidenses. Vonnegut busca la simplicidad
estilística. Domina en la narración un estilo telegráfico, que simula el del
informe. Para ello, el lenguaje se vuelve sencillo, el significado denotativo,
y los recursos literarios son reducidos. Se busca la concreción expresiva,
decir mucho con pocas palabras, dar un mensaje amplio y universal en pocas
páginas.
De este modo, el propósito
antibelicista puede llegar a un público más amplio. Por eso, como indica el
narrador (el Vonnegut ficcionalizado en la obra) en la obertura de Matadero cinco a su editor, Seymor
Lawrence: “Si este libro es tan corto, confuso y discutible, es porque no hay
nada inteligente que decir sobre una matanza. Después de una carnicería solo
queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para
siempre. Solamente los pájaros cantan” (En Anagrama, p. 24).