Ayer fui al cine del pueblo donde viven mis padres: querían afiliarse al éxito de la comedia española Ocho apellidos vascos, de Martínez-Lázaro. La entrada al anfiteatro es barata, dado que las películas se proyectan con algunas semanas de retraso respecto al estreno. La cuestión es que ante la concurrencia de la sala (sumamente inusual en este lugar) se emitieron siete tráiler o avances, y me sorprendió descubrir que cinco de ellos fueron de ciencia ficción. El número es más que significativo, y ello me ha llevado a plantearme algunas dudas: ¿Se ha puesto de nuevo el género de moda? ¿Estamos asistiendo a un nuevo boom de la ciencia ficción? ¿Ha decidido Hollywood reinvertir en la CF para buscar nuevos ingresos?
Cinco avances
cinematográficos de siete no es moco de pavo. Hay que reconocer que
el primero de ellos fue una película de dibujos animados, Las
aventuras de Peabody y Sherman (Mr. Peabody & Sherman),
de Rob Minkoff, sí, pero de viajes en el tiempo, paradojas
temporales y una lucha por restaurar la línea temporal. Más
esperanzas guardo en la segunda proyección, el retorno de los
hermanos Wachowski con Jupiter Ascending, prevista para este
verano. Todavía queda esperar para una película que suena jugosa.
En tercer lugar apareció Divergente (Divergent),
de Neil Burger, una distopía muy clásica cuya presentación
parece que desea competir con la exitosa trilogía de Los juegos
del hambre (The Hunger
Games), de Gary
Ross. Además, ambas son adaptaciones de bestsellers de Veronica
Roth y de Suzanne Collins respectivamente. En cuarto lugar apareció
una nueva «tomcrusada»,
donde este actor de mediocres dotes interpretativas ha vuelto a ser
seleccionado para otra producción fictocientífica, Al
filo del mañana (Edge
of Tomorrow), dirigida por Dough
Liman. Se trata de un tercer caso de adaptación, pero esta vez
proveniente de otro medio, el cómic manga de Hiroshi Sakurazaka. La
procedencia nipona también se vislumbra en el quinto tráiler, la
nueva adaptación de Godzilla
por Gareth Edwards, que espero que tenga más chica que la
decepcionante versión previa que dirigió Roland Emmerich en 1998.
Tampoco
me parece un fenómeno exclusivo de esta temporada, pues ya el año
pasado asoló las pantallas un buen número de grandes producciones
circunscritas a la ciencia ficción. Aunque se podrían citar más,
hablo de títulos como Oblivion,
de Joseph Kosinski, la segunda revigorización que J. J. Abrams ha
hecho del proyecto de Roddenberry, Star Trek into Darkness,
el segundo largometraje de Neil Blomkamp, Elysium,
la menos lograda After Eatrh,
ya reseñada en este blog, o Riddick,
de David Twohy, la tercera entrega de este personaje protagonizado
por Vin Diesel. A este panorama le podemos añadir el filón que ha
supuesto la noticia sobre la nueva trilogía de Star Wars
bajo la batuta de J. J. Abrams, que corresponderá a los episodios
siete, ocho y nueve de la saga. Desde luego, un aspecto nada baladí
si se recuerda el impacto que provocó la primera de las películas
filmadas cuando se estrenó en 1977. Entre otros fenómenos, se puede
rastrear toda una secuela incluso de burdas imitadoras de serie B.
Es probable que todo este filón despunte desde el creciente peso de la fantasía en las pantallas en los últimos años, vertiente en la que el ejemplo más destacado son las películas de superhéroes, especialmente de los personajes Marvel, cuya elevada producción ya nos ofrece al menos dos largometrajes por año. Desde luego, el público parece responder adecuadamente y con los nuevos efectos especiales, por un lado, se reducen los gastos, y por otro, se aumentan las posibilidades fantásticas, los escenarios exóticos y los poderes inexistentes en la realidad cotidiana. Por ese motivo, ante este predominio, era fácil que Hollywood volviera a mirar hacia el baúl de la ciencia ficción en busca de mayores beneficios.
Sin
embargo, debemos hablar de una ciencia ficción que gira hacia el
espectáculo, que abandona la rama reflexiva que caracteriza al
género, especialmente en su práctica literaria. Es lo que durante
mucho tiempo se ha considerado Sci-fi,
una manera evasiva de recrearse en historias fantásticas que
huyen de la realidad opresiva de todos los días, una manera de soñar
y disfrutar para el espectador que se anima con estas películas. Y
eso está bien, pero ¿dónde queda la faceta propectiva, dónde
esa crítica al presente, a nuestra sociedad? Esa dimensión se
pierde, y el género se empobrece. En caso de aparecer, es telón de
fondo, o ambientación indirecta, pues pronto deriva la trama hacia
la aventura y la acción. Si se hace acopio de ella, parte de
premisas tópicas del genero, ya manidas en la vertiente literaria.
Por
otro lado, este auge puede conllevar una contrapartida favorable. A
pesar del detrimento de la crítica en las películas, tanta
exposición a productos que opten por la fantasía en vez de
reproducir la realidad, tal y como la conocemos, puede favorecer
a ampliar el público de adeptos a la ciencia ficción, al menos en
el formato audiovisual. Esto es, si estas películas producen más
público, ayudarán a que Hollywood siga generando nuevos
títulos para que los aficionados sigamos disfrutando, y entre ese
incremento, podrían surgir filmes con mayor carga especulativa, es
decir, filmes que nos muevan más hacia la reflexión que hacia la
mera aventura. Puede sonar aún como algo utópico, pero que sea el
futuro quien nos hable, como siempre lo ha hecho con los adeptos a la
ciencia ficción.
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