Está claro que últimamente Hollywood está
alargando su segunda edad dorada mediante el rescate de viejas ideas. Quizás esta
tendencia venga favorecida por la pérdida de memoria histórica que asola a la
sociedad actual. La cuestión es que cualquier producto con un mínimo de cinco
años de antigüedad puede volverse a presentar como nuevo con un par de
arreglos. De ahí la enorme proliferación de remakes
que se realizan en la actualidad. ¿Para qué idear una idea nueva y original si
debo partir del precepto de que todo está hecho y de que el público pide
siempre lo mismo? De hecho, se dirán seguramente los productores, puedo
rescatar un producto previo y realizarle unos remiendos de cara a los nuevos
tiempos, lo que me proporciona menos problemas y los mismos beneficios
económicos. Como no, la ciencia ficción no quedaba al margen de esta
circunstancia.

El film de
Jewison muestra la lucha del veterano y famoso jugador Jonathan E. (James Caan)
contra los directivos de la Energy Corporation, quienes han controlado toda su
vida, separándole de la mujer de la que estaba enamorado, y ahora le obligan a
retirarse del juego, porque su poder mediático se ha convertido en un
impedimento contra sus intereses. Ante la obstinación de Jonathan por no retirarse,
las autoridades se ven obligadas a endurecer el juego, pero el deportista no
vacila en su determinación y termina por anotar y ganar en un partido final
donde se supone que no debería haber ganadores. Por tanto, Jonathan se venga
finalmente de unas autoridades que no conoce, pero que él bien sabía que movían
los hilos de su vida y lo manejaban como a un títere. Sin duda, una interesante
película con una carga reflexiva detrás, como bien caracteriza al género de la
ciencia ficción:
“Cuando la
ciencia ficción —1984, Farenheit 451, Un Mundo Feliz, Rollerball...—
mira al futuro y lo ve oprimido por una forma más velada o más descarada de
dictadura, a pesar de las efervescencias democráticas a lo largo de este siglo,
no es por estrabismo imaginativo ni por catastrofismo, sino porque en el juego
de fuerzas histórico que el presente aún está por resolver detecta los peligros
que amenazan al individuo” (en el artículo ROLLERBALL:
La Distópica Utopía de la Hipotecada Individualidad).

Como se ve,
grandes nombres se barajaron para esta reelaboración, pero el resultado no
está a la altura de las expectativas. Una comparativa con la versión de 1975 demostrará
un rasgo llamativo importante: ¿dónde ha quedado la ciencia ficción? Parece
haberse perdido por el camino. McTiernan se queda con el espectáculo del
deporte del Rollerball, al cual solo actualiza en el vestuario, y con el enfrentamiento
entre el jugador Jonathan Cross (Chris Klein), que cuenta con el apoyo de la
afición, y la dirección deportiva, representada aquí por el cacique Alexi
Petrovich (Jean Reno). Sin embargo, elimina todo lo que oliera a distopía
futurista para darle una plausible presentación contemporánea.
La crítica a
una dictadura corporativista sutil y sin cabeza directora se
transforma en un caciquismo actual ubicado en una de las antiguas repúblicas
soviéticas. Esa actitud reflexiva que desprendía el filme de Jewison de 1975,
sobre ese mundo futuro donde las necesidades del hombre han sido satisfechas al
coste de su libertad, ya que se convierte en esclavo de las grandes compañías
comerciales que controlan el mundo, pierde peso en la versión de McTiernan. En
la moderna película, la figura de Petrovich es la que surte de todo lo
necesario y mima a sus estrellas, pero convierte el país en una cárcel para los
jugadores, que deben cumplir sus designios en pro de conseguir imponer a nivel
mundial el recién inventado deporte de Rollerball.
También se
elimina el concepto de la manipulación de la masa. El aparato publicitario de
Petrovich en la película de 2002 es sumamente pobre e ineficaz si se compara
con el control de la población del Directorio (maneja los hilos como una sombra
en la oscuridad) en la versión original de 1975. Cuando, en la película de
Jewison, Jonathan E. decida consultar unos libros para conocer el pasado,
descubrirá la imposibilidad de acceso a ellos, pues todo ha sido trascrito a un
potente computador llamado Cero. Con ello, la desaparición de los libros constituye
una metáfora del colapso del pensamiento libre, de la
actitud crítica y de la opinión subjetiva. A ello añadamos la supresión del
consumo de narcóticos (soñar con lo que no se tiene como medio de evasión de la
realidad) que aparecía en la versión de 1975 y que en la de 2002 se transforma
en simples fiestas orgiásticas y depravadas (por exceso de fama y dinero) de
los jugadores.
Además,
derivado de ese cambio, en la nueva versión encontramos un antagonista claro y
definido, el magnate y dictador Petrovich, hombre sin escrúpulos ni moral que
personifica los valores contrarios al héroe. Ese enfrentamiento difuso, en la
película de 1975, de Jonathan E. contra el Directorio (cuyos miembros nunca
vemos claramente) que le había hecho perder el amor de su vida, se transforma
en la versión de 2002 en un combate sencillo de dos fuerzas opuestas: el
clásico héroe (vestido ahora de adolescente rebelde, que vende mejor) y el
antagonista. El resultado final en la película de Jewison no podía ser más
obvio: un tiroteo donde el héroe, a modo de venganza por la muerte de su mejor
amigo, asesina al pérfido magnate.

[Imágenes
tomadas de: http://www.imdb.com/title/tt0246894/,
de http://www.jonathanrosenbaum.net/1975/10/rollerball-1975-review/,
de http://www.denofgeek.com/movies/rollerball/33154/rollerball-the-hunger-games-of-the-mid-1970s,
y de http://www.denofgeek.com/movies/rollerball/33154/rollerball-the-hunger-games-of-the-mid-1970s]