miércoles, 19 de junio de 2013

Nueva Dimensión y la literatura popular II: Dios de Kerlhe



Tras la aparición de Dios de Dhrule (ND 122, 123), en la redacción de la mítica revista Nueva Dimensión se recibieron muchas cartas donde los lectores declararon el gusto por la lectura de esta obra, que les recordaba en parte a los viejos libros de bolsillo, aunque, algunos, un poco más críticos, ya señalaron algunas deficiencias de estilo en la narración, especialmente las recogidas en el número 126. Desde luego, el éxito de la obra lleva a Santos a solicitar la continuación al autor, quien ya la tenía en mente, como se deduce de ese final de Dios de Dhrule que dejaba una puerta abierta a futuros episodios.
Por esa razón, casi un año después, aparece en los números 133 y 134, de abril y mayo de 1981, Dios de Kerlhe, donde se relata una nueva aventura de sus dos protagonistas, Darío Siles y Yaita-La, dentro de la esfera que llaman Eva. De por sí, en la nota inicial de la novela se advertía que en realidad Torres Quesada no sólo había concebido una segunda parte, sino varias más, con la intención de componer una tetralogía cuyos tercer y cuarto título serían Dios de la esfera y Dios de guerra. Sin embargo, no apareció en la revista ninguno de esos dos títulos y la serie quedó inter­rumpida con esta segunda parte.
A modo de sinopsis, a la llegada a la Tierra, tan sólo setenta años después de su marcha, Darío descubre que la humanidad ha establecido un primer contacto con unos alienígenas, los kerlhe, quienes mediante su supervisión están construyendo naves colonizadoras que dispersarán a los hu­manos por la galaxia. La aparición de los extraterrestres ha generado nuevas estructuras de poder en nuestro planeta, donde los gobiernos nacionales son más débiles y difusos y se vuelven sumisos ante el CEM (Consejo Económico Mundial), dirigido por O'Hara.
Por otro lado, el carácter supuestamente benefactor de los visitantes ha creado toda una secta a su alrededor, auspiciada por un fanático llamado Macombe, que aprovecha el carácter iluso de la masa para aspirar también a un control del planeta. Finalmente, los kerlhe, raza a la que pertenecía Logaroh, el tirano de Dhrule, son poseedores de otra esfera como Eva y aparecerán también como títeres de los verdaderos constructores de esferas, quienes les ordenan incurrir en el desarrollo de las especies con fines desconocidos incluso por estos ejecutores. Este misterio entorno a los enigmáti­cos diseñadores de Eva, así como el rapto de Yaita-La por el kerlhe al final de la obra, serán las nuevas ventanas hacia ese tercer episodio que no vio la luz en Nueva Dimensión, sino veinte años después en la editorial Río Henares.
Darío Siles comenzará a moverse por esta compleja red de facciones igual que lo hiciera en Dhrule, mediante el desconocimiento, lo que permitirá al lector ir entendiendo el nuevo mundo ficcional a la vez que su protagonista. Aún así, esta vez la división de la acción principal en un gran número de la tramas, con una enorme cantidad de personajes, y la inclusión, sobre todo al principio, de varios episodios superfluos o casi prescindibles con respecto a la trama principal, como la estan­cia con la mujer taxista, Margarita, desfavorecen el cuadro final de la novela. La sencilla y mani­quea trama que tan bien funcionara en la primera novela se convierte ahora en un mosaico de tretas cuya estructura se asemeja más a las novelas de espionaje, y el resultado no fue del agrado de los lectores de Nueva Dimensión.
Por tanto, una diferencia significativa entre ambos episodios de esta saga es el gran elenco de personajes, cada cual con su trama particular, que se desarrolla en Dios de Kerlhe, donde el contacto tangencial de sus pretensiones es la que va uniendo todo un espectro actancial mucho más complejo que la estructura maniquea del primer episodio de la serie. Aunque realmente no haya gran profun­didad psicológica en los personajes, éstos se mueve en un dirección siguiendo sus propios intereses, pero con un objetivo común: el poder. Ya sea de forma utópica con idea positiva de reinstauración del equilibrio, como Dar, por simple pretensión de gobierno, O'Hara, o por sustento religioso y la idea fanática de mejorar a la humanidad, Macombe. Todo es un juego de poder en la novela; en ese ámbito se mueven los personajes. Por lo tanto, tanto cambio de personajes y escenario obliga al autor a fragmentar más la historia y en su voz narradora heterodiegética extradiegética, con focalización cero, a cambiar la perspectiva de los diferentes personajes, que se van alternando con Darío (y pocas veces Yaita).
Quizás por estos motivos la novela tarda mucho en encaminarse hacia su resolución, primero porque tenía que destacar quiénes de entre todos los personajes serían los más relevantes de la tra­ma, O'Hara y Macombe, representando los dos grupos más poderosos de ese mundo ficcional, cuya aparición no se produce hasta bien avanzada la obra, y porque hasta el final no se percibe claramen­te el enfrentamiento en dos bloques antagónicos, poder político y poder religioso, en que vuelve a derivar toda la trama de espionaje.
Por otro lado, hay que destacar que en esta segunda novela se producen cambios en los perso­najes. En primer lugar, y con justificación en al trama, Eva verá mermados sus poderes, por lo que se prescindirá de la cualidad mágica que otorgaba a sus protagonistas. Por su parte, en contraposi­ción al modelo de heroína activa y con iniciativa que representaba Yaita en la primera obra, ahora se vuelve un personaje difuso, relegado a un segundo plano, casi sin relevancia en la trama, más allá de mero paciente de la acción de otros personajes. Finalmente, también se aprecian diferencias en Darío, que se vuelve más reflexivo y crítico según aumenta su descontento ante la Tierra que en­cuentra a su vuelta.
Es fácil entender que muchas de las transformaciones del esquema inicial viniesen auspiciadas por la traslación de la ubicación espacial a un escenario más conocido, nuestro planeta Tierra. La recreación de la sociedad futura le permite al autor especular sobre las posibles repercusiones que varios aspectos de su presente tendrían en el porvenir, aunque lo habitual es que dichas extrapola­ciones sirvan más bien para recrear un ambiente futurista (coches que funcionan con energía solar), que para realizar profundas reflexiones sobre los problemas de su tiempo. Así, en caso de que algu­no de estos elementos condujese a una reflexión intensa sobre problemas acuciantes, como la polí­tica, los personajes zanjan radicalmente el asunto sin ahondar en la materia. Sin duda, este hecho refleja la pretensión de Torres Quesada por crear una novela de aventuras, donde predomina la acción y la intriga, en menosprecio de esa cualidad intelectiva que posee la ciencia ficción.
Al margen de la historia de Dios de Kerlhe, el discurso presenta una serie de deficiencias mayores a las de la primera novela. Entre estos ejemplos, el más grave consiste en que, casi al final de la novela, antes de ejecutarse el plan para vencer a Macombe, O'Hara solicita a Darío que le cuente su historia. Torres Quesada aprovecha este punto, todo el capítulo diecisiete, para realizar, mediante analepsis y por mediación de la voz del propio Darío, un extenso y pormenorizado resumen de la primera novela, Dios de Dhrule, de la cual simplemente antes había ido dejando menciones a algunos episodios concretos, indicando así la idea de continuación entre ambas novelas. Este recurso discursivo de resumir la primera novela de la saga quizás se base en una petición de los responsables de Nueva Dimensión para aquel público que no hubiera leído la primera novela, aspecto que de por sí resulta algo ilógico dado que Dios de Dhrule había aparecido en las páginas de la revista tan sólo un año antes. Desde luego, aunque pretendiese introducir con cierta naturalidad el resumen de la primera obra, su inclusión en este punto, tan avanzada la segunda novela, resulta un poco burdo e innecesario (un lector que no hubiera leído la primera obra ya habría desistido a esta altura de seguir leyendo precisamente por desconocer el origen de la trama y los personajes).
En el estilo, como sucediese en Dios de Dhrule, no dejan de percibirse diversos errores sintác­ticos, incluso de concordancia: “A la gente le gustan en cierto modo...” (ND 134: 104); “Responde adecuadamente a los deseos de quienes la posee” (ND 134: 101). Otros casos son elisión de prepo­siciones o de conjunciones: “después que sus compañeros...” (ND 134: 91). Además, muchas interrogativas indirectas aparecen sin acentuar o se realizan repeticiones innecesarias, que reflejan la falta de cuidado y revisión de la escritura: “mientras quería recordar que le recordaba aquello” (ND 134: 79); “Les agradeceré entreguen a mis hombres sus armas” (ND 134: 53). Por otro lado, encontramos ejemplos de comentarios vulgares que no se corresponden con el tono dominante en el resto del relato: “cascada voz que algunos decían era el resultado de su afición a engullir esperma” (ND 133: 29). Aunque algunos errores son difíciles de achacar al escritor, porque se repiten en numerosos originales en la revista, a causa de problemas de maquetación y revisión ortográfica, se induce que Torres Quesada se caracteriza por una escritura veloz y poco reflexiva y que no tiene por práctica una revisión y pulido de su discurso literario.
Dados los episodios superfluos y la dilatación de la trama en varias vías antes comentado, además de la ubicación de la acción es espacios más reconocibles, Torres Quesada no consigue repetir el mismo esquema que con la entrega anterior, y este aspecto lo perciben claramente los lectores. Hasta la redacción llegarán numerosas cartas de protesta que fueron viendo la luz en la sección «Se escribe» de los números siguientes. Entre los aficionados más favorables se alegó que esta segunda entrega de la saga de los dioses resulta mucho más pobre que la anterior, como opinan Juan Antonio Bravo Hernando (ND 140: 182) y José Luis Méndez (ND 137: 181-184), quien además enumera gazapos e incongruencias. Otros lectores más recalcitrantes, como Carlos Donderais (ND 138: 179-180), Francisco González Turmo (ND 139: 180-181) o C. Clemente (ND 139: 187-189), arguyeron que la aparición de este tipo de obras convertía la línea editorial de la revista en oportunista, pues facilitaba la selección del contenido en detrimento de la calidad de Nueva Dimensión, y varios incluso amenazaron con cesar sus suscripción si seguían apareciendo obras de estas características, más cercanas a la literatura popular.
Por estas razones, y como explican desde la redacción (véase las respuestas a ambas cartas mencionadas del número 138), el escritor cesó su saga en este punto. Como se ha indicado, no fue sino hasta veinte años después, en 2002, en la colección Aelita, publicada por Río Henares edicio­nes, por iniciativa de varios aficionados que recordaban estas obras, que se le ofreciera la posi­bilidad a Ángel Torres Quesada de revisar sus dos episodios anteriores, principalmente mediante una labor de abreviatio. y añadir un tercero que pusiera fin a la saga, Dios de la esfera. Finalmente quedaron los Dioses, por tanto, constituidos en trilogía.

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