Verne, Jules (1910),
El eterno Adán (L'éternel
Adam)
Traducción de Josep Rafael Macau
Icaria, Barcelona, 1978.
La imagen que la mayoría de la gente tiene de Verne es la de
defensor del positivismo y una filantropía volcadas en sus obras con
seres humanos capaces de vencer la adversidad. Pero Verne tuvo una
vida extensa, y en ella su postura fue cambiando. Aunque sus obras
más famosas, como Viaje al centro de la tierra (Voyage au
centre de la Terre, 1864), o La vuelta al mundo en ochenta
días (Le Tour du Monde en quatre-vingts jours, 1873), se
desarrollan en esa época positivista del autor francés, la obra que
aquí se reseña, El eterno Adán, es una novelita corta de su
etapa final, publicada post-mortem.
Este periodo último del escritor francés se caracteriza por la
duda, la falta de fe en el progreso y en las capacidades humanas. El
pensamiento de Verne se va inundando del pesimismo que obra fuerza
según finaliza el siglo XIX y se inicia el XX. En su vejez, Julio
Verne abandona el entusiasmo por la tecnología y torna a una
visión sustentada en la desconfianza, fruto de la cual precisamente
es El eterno Adán.
A
modo de resumen, en El eterno Adán se relata cómo un
historiador-arqueólogo, Sofr, de un mundo que contiene un único
continente, al estudiar el pasado de su pueblo, que se ha impuesto en
el dominio de la tierra tras interminables guerras con los pueblos
vecinos, descubre que en la antigüedad hubo seres también
desarrollados. Intentando cuadrar en una teoría evolucionista una
retroevolución previa a la evolución de su raza, encuentra un
documento muy antiguo que esconde la clave.
Las
reflexiones del historiador sirven de marco para el verdadero relato,
el de un terrateniente de origen francés, que narra el cataclismo
que asoló la Tierra, cambiando radicalmente su configuración
al sumergir toda la superficie terrestre bajo el mar y emergiendo un
nuevo continente. Los supervivientes de la hecatombe llegan a esta
isla para recomenzar la humanidad, para domesticarla. Pero es la isla
quien les subyuga a ellos. Finalmente es la naturaleza la vencedora
en esta pugna, la que relega a la barbarie a sus nuevos habitantes.
El
mensaje es precisamente el contrario al de La isla misteriosa (L’île
mysterieuse, 1874), donde los personajes sí consiguen domesticar
la isla mediante la ciencia. En El eterno Adán los
supervivientes caen en la más absoluta barbarie y se pierden todos
los conocimientos. Ni siquiera el protagonista se molestar en
intentar impedirlo, lo asume como algo inevitable. La interpretación,
por tanto, refleja el pesimismo comentado. No hay posibilidad de
redención para el hombre, que se convierte en esclavo de las
circunstancias que no alcanza a domeñar mediante su más poderosa
arma: el conocimiento.
Por
ello, el historiador Sorf, tras la lectura del manuscrito encontrado,
se queda reflexionando, y la voz del narrador, o del mismo autor, se
mezclan en dichas reflexiones: “¿Qué había bastado para que
desaparecieran para siempre la ciencia y hasta el recuerdo de esas
naciones tan poderosas? Menos que nada: que un imperceptible
estremecimiento recorriera la corteza del globo” (75). Se observa
en esta reflexión la vulnerabilidad, la fragilidad de nuestro mundo.
El ser humano ya no está a salvo, su ciencia no puede salvarle del
peligro que espera a la vuelta de la esquina. En cualquier
momento todo los que creemos como seguro se puede perder por un giro
del destino y el hombre tendrá que recomenzar la civilización
desde la barbarie.
A
través de esta idea vuelve Sorf reflexionar que “quizá no habían
hecho más que rehacer, también ellos, el camino recorrido por otras
humanidades que habían existido en la tierra antes que la suya”
(77). En ese sentido, Sorf lo une, por una referencia con el mito de
la Atlántida, nombrado en el pergamino, como una configuración
cíclica de la humanidad. ¿Podría, de este modo, establecerse
una conexión entre la idea del eterno retorno de Nietzsche y la
mentalidad final del escritor francés? Al menos desde mi punto de
vista esa es la sensación que flota al final de El eterno adán,
pues la obra culmina con la “intima y dolorosa convicción del
eterno recomienzo de las cosas” (78).
[Imágenes
tomadas de:
http://bibliotecacoleborge.blogspot.com.es/p/semana-literaria.html
y de
http://bibliotecacoleborge.blogspot.com.es/p/semana-literaria.html]
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